Secciones
Servicios
Destacamos
Últimamente asistimos a una persistente petición: ir lentamente acercándonos hacia una normalización de nuestros comportamientos, hoy amputados por un agente infeccioso acelular, agresivo y letal, que nos ha ido recluyendo lentamente hasta terminar todos confinados en nuestras casas en las que, de momento, ... engañosamente vivimos a salvo sin atrevernos a pensar que el terrorista maligno no conoce frontera ni límite alguno.
Estos días se comenta machaconamente la necesidad de que los niños pisen la calle, se sientan libres, puedan correr, tirarse al suelo, jugar en espacios libres con la pelota... En definitiva, vivir sin limitaciones de espacio. Eso sí, vigilados o controlados por algún progenitor. Los niños saldrán con un solo progenitor unas horas al día, en lugares determinados y alejados de otros niños -obviamente alguno puede ser portador-, y jugarán un tiempo en una relativa libertad y vuelta a casa. Si han entendido el confinamiento, habrá que explicarles esta nueva situación que, sin lugar a dudas, es difícil de entender. No hay que prolongar el tiempo en la calle y deben estar cerca de otros niños sin poder compartir tiempo con ellos.
El cerebro del niño se forja lentamente. Su plasticidad es su fundamental virtud, de tal forma que el grado de adaptabilidad desconoce todos los límites. Esto no quiere decir que sea negativa su vuelta a la calle, su revolcón en la arena, sus coqueteos y juegos en la hierba, pero en mi criterio, esta aportación es muy limitada e incluso frustrante al no poder contar con su ambiente. De tal forma que, si además tenemos en cuenta el peligro que conlleva, hace cuando menos dudosa la aceptación de esa propuesta. Otra cosa es si los niños fueran sometidos a exámenes específicos en la búsqueda de si son o no portadores. Los anticuerpos hablarían de su inmunización, con lo que con toda libertad podrían salir y jugar en su ambiente con niños inmunizados. Esta es en nuestro criterio la solución ideal.
No he oído hablar de la necesidad de salir de las personas mayores, especialmente los que sufren de antecedentes de infarto o de ictus, los hipertensos y diabéticos. Estos corren más peligro que los niños. Si bien están habituados a salir poco, lo cierto es que el paseo diario para los que pueden está muy aconsejado. Sus sentidos han de ponerse al día, como su musculatura y sus huesos, que están perdiendo calcio. Esto quiere decir que cuando les toque salir, si lo hacen en el último turno, no lo podrán hacer al carecer de musculatura, huesos resistentes y sentidos, especialmente el oído y la vista, y el del equilibrio.
Podrían salir solos o acompañados por personas inmunizadas o con anticuerpos, organizadas como ayuda a la tercera edad desde el ayuntamiento, unas horas por semana y en lugares conocidos de suelo horizontal, carentes de peligro. Esto les reportará un plus de vida al ponerles en contacto con la naturaleza, de la que en términos generales muchos se han despedido, unos por la edad, y otros por la virulencia del 'bicho' que anda suelto.
¿Representa esta propuesta algún peligro? Ninguno en mi criterio. El acompañante, persona cualificada, paseará por lugares elegidos, solitarios y agradables. La persona mayor irá con mascarilla y guantes, sin pararse con nadie, sin hablar con nadie, escuchando al acompañante que le ponga al día de las diferentes circunstancias de la cotidianidad.
Por otra parte, los abuelos tendrán el sentimiento íntimo de que está más cerca la posibilidad de ver a sus hijos y nietos, de poderles dar un abrazo, de compartir con ellos un tiempo y de poder reiniciar la vida que llevaron hasta que nos llegó el invasor. Es un empujón de alegría y esperanza, de deseos de seguir aquí entre nosotros, de luchar por los suyos, de saber que pueden, que siguen aquí y que algún día, no muy lejano, todo volverá a su seno. Creo que las dos propuestas se pueden hacer operativas y ambas se pueden ejecutar y son positivas para todos. Los padres descansan física y emocionalmente sabiendo que los hijos disfrutan, a la vez que se alivian, al conocer que sus propios padres también se han incorporado a la vida. Pero todos tenemos que pensar y asumir que por un tiempo nada será como antes. Que aquellos efusivos encuentros, abrazos llenos de cariño, ternura y besos; aquellas celebraciones festivas de cumples y de santos, de bodas y de bautizos; aquellas meriendas o cenas que se prolongaban con cánticos y alguna copa; aquellas vacaciones en hoteles; aquellas visitas a museos, que como hormigas nos situábamos alrededor de Picasso o Velázquez; aquellas tardes-noches del Palacio de Festivales... Todos aquellos encuentros no serán más que la fantasía de encuentros a los que será muy difícil acostumbrarse, pero que nos tenemos que ir preparando.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.