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La señardá asturiana, la morriña gallega o la saudade portuguesa, si se mencionan, si se padecen o si se analizan -Unamuno y otros pensadores lo hicieron- nos llevan de la mano al mismo sitio. Aquel lugar conmovedor que inspira muchas veces la mejor literatura, la ... mejor poesía, y, sin duda, pone al descubierto nuestros mejores sentimientos. El rincón de la nostalgia.
Es, sobre todo durante estos días, un resorte certero capaz de atacar y vencer el corazón de tigre más duro del mortal que fuere, sobre todo si está sólo o alejado de los suyos o de su terruño. Sufrirá esa mezcla perversa de lamentos con buenos recuerdos magnificados que hacen que se desmorone nuestro ensamblaje. Y eso no es malo. Diría que es bueno aunque irrite los ojos y los suspiros porque pone al descubierto los mejores valores de la condición humana y descubre nuestra fibra noble que ojalá estuviera al aire todo el año. Si no tenemos por quién o por qué conmocionarnos poco valor tendría lo logrado.
Llega el último día del año, el de la revisión de las promesas incumplidas, que deprime un tanto, pero también es el de la víspera del de las buenas y nacientes intenciones, lo que anima lo suyo.
Pueden ser, incluso, días alocados, desenfadados en lo absurdo de lo divertido, un «Yesterday y Mañana» de Mario Benedetti que no es el de la Nochebuena más familiar y sensible. Es otra cosa diferente con mucha añoranza y cierto desenfreno joven, todo en coctelera nunca mejor dicho. Es Año Nuevo.
Por ello, sin necesidad de mirar hasta Lepanto y nuestra victoriosa defensa de los valores de la cristiandad ante el imperio otomano, que tampoco estaría tan mal darle un repasín y sin necesidad de recordarle a algún centro-norte-europeo nuestra presencia en Flandes, en Borgoña, en Nápoles, en el sur de Italia y en Sicilia y Milanesado que ya lo saben y no lo quieren oír, que nos confiere, por si no fuera suficiente, unos valores europeos de magnitud incontestable. Ello amén de nuestra presencia evangelizadora y colonizadora en América, tan exitosa como bien conocida, que ya lo saben, y tampoco lo quieren oír los interesados e ignorantes, y que hace un año más, por complicado que pueda ser, que nos sintamos orgullosos de nuestra condición de españoles. Diría que más que nunca.
Porque hoy es el día de la despedida de un año especialmente complicado pero ya tuvimos muchos así y los superaremos a pesar de los pesares como siempre hicimos y por lo tanto hay que mirarle con la prevención pero con el optimismo adecuados, aunque sea una fecha de confusión mental con el cierre de un portazo de un año difícil y la apertura de otro quizá con esperanza vana pero desde luego hermosa.
Porque el año que se acaba no ha sido de los mejores. Ya saben: La Palma -qué gente tan fantástica la de ese lugar-, el virus nuevo recién bautizado, el endeudamiento del Estado y lo que es todavía peor, el endeudamiento de las familias jóvenes porque muchos han tenido que hipotecar parte de su vida y sus ilusiones, que lo hizo muy complicado.
Mientras tanto, la luz sube y sube y el ministro del ramo entretenido en llamar «nata asesina» a la del roscón de Reyes o haciendo huelga de juguetes mientras se embolsa 10.000 eurazos limpios del todo y además como no tiene luces no gasta. Toda una entelequia preocupante para 2022 en el que todavía seguiremos en manos de gente que quiere destruir España e ingenuamente entrar en nuestras casas a ver si consiguen romper algo. Pues están apañados. Por homenajes humillantes que organicen y por mucho que quieran tirar la puerta porque además el último día del año es una fecha señalada para el sentimiento y eso es también propio, no podrán entrar nunca aunque machaconamente lo pretendan así.
En plazas más difíciles hemos lidiado y aquí estamos. Así que feliz entrada y salida del año y que tengamos un 2022 todo lo venturoso que sea posible.
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