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Partíamos de un ambiente de quejas no tumultuosas, sin grandes estridencias. Al sistema educativo se le acusaba de no responder a las necesidades actuales, y se proponía de forma especial y reiterada, un acuerdo estable entre partidos. Se apuntaba la falta de calidad ... de la formación profesional, así como la necesidad de un apoyo empresarial, que la acercara a la realidad. Por otra parte, se repetía que el universitario terminaba su formación, y aunque estaba bien formado en teoría, no encontraba empleo y tenía que emigrar obligatoriamente a Europa. La investigación se la conocía como la cenicienta, nuestro apoyo económico estatal está por debajo de la media europea.
El campo se repetía que estaba abandonado, los costes de producción de cualquier artículo superaban los de compra, de aquí el movimiento de los «tractores a la calle». Las pymes, de forma especial, jugaban con el empleo de acuerdo con su conveniencia, los contratos se sucedían meses y meses sin que llegara el definitivo, aunque el rendimiento fuera óptimo. Los taxistas competían con nuevas empresas, no tan castigados en tributos como ellos.
La sanidad seguía abandonándose, no se libraban las guardias, ni se contrataba personal para suplir vacaciones. Cada día las plantillas se recortaban más, y además se estaba produciendo una privatización encubierta, la insatisfacción era generalizada, surgiendo el movimiento de las batas blancas. En definitiva, pocas personas estaban satisfechas en el ejercicio de su trabajo o de su rol específico, por ello las protestas abundaban. La inquietud, como sociedad viva, era general. El miedo a las deslocalizaciones hacía temblar a la masa trabajadora, era un momento de paro base, mantenido. Las jubilaciones se retrasaban sin mejoras, y la lucha se planteaba por una supervivencia digna, desde las manifestaciones semanales de los pensionistas en Bilbao, pasando por las batas blancas, hasta llegar al movimiento tractorista.
Este era el punto de partida, aderezado con la libertad de movimientos, amén de la posibilidad de cualquier encuentro familiar, y sin normas específicas sanitarias. Pero bruscamente, un buen día se conoce que en China hay un brote infeccioso, que ha obligado a cerrar una ciudad populosa por temor a que esa infección contagie al resto de la población. Lentamente vamos conociendo que la causa es un virus, parece que transmitido por un animal, y que su virulencia, agresividad y letalidad, es muy alta. Se trata de un virus de la familia del coronavirus, cuyo primer contacto ya le tuvimos en los años 2002 y 2012, pero la realidad es que es más agresivo, más contagioso, más letal, y además carecemos de armas para su contención y tratamiento. El virus va caminando lentamente invadiendo países, y provoca infecciones graves y muy graves. Asistimos a un número alto de contagios diarios y de fallecidos, que recuerdan otras epidemias desgraciadas, por lo que se impone el estado de alarma sanitaria, con la reclusión domiciliaria de todos los individuos, con excepción de los que realizan tareas esenciales, a la vez que se promulgan normas de higiene para su contención. Se sobrecarga el sistema sanitario, y sospechamos que en algún momento sea incapaz de responder a la demanda social.
Surge la necesidad urgente de material específico, y aquí entró el mercadeo, seres indeseables, sin dignidad, propios de bazofia, que sabiendo la escasez de todo tipo de material -guantes, gorros, mascarillas, buzos, gafas-, acaparan todas las existencias, poniendo un precio injustificable, a lo que se suma en ocasiones la venta de material defectuoso o fraudulento. Caminamos con las familias separadas, pues los abuelos son personal vulnerable, que hay que separar de los niños. Surgen los problemas emocionales, miedo, obsesiones, nerviosismo, insomnio. No podemos asistir al sepelio de un familiar, por la alta tasa de fallecidos y por carecer de espacio, dado que la aglomeración de personas es un peligro.
Las empresas cerraron, las pequeñas en su totalidad, y las medianas-pequeñas conservaron una mínima plantilla. Surgieron dificultades en las familias, además de por incomunicaciones, por problemas económicos, pues había dejado de entrar un sueldo en casa. Al dolor, miedo o ansiedad por la enfermedad se une la esperanza de algún día estar en el lugar que abandonamos.
Pero ese día, superada la epidemia, nos encontraremos en un lugar diferente, incluso en un mundo diferente en el que el miedo seguirá ensombreciéndolo todo, porque, entre otras cosas, podemos iniciar nuevamente otro periodo penoso. Pero lo esencial es que nacerá un tiempo, que será transitorio, hasta la aparición de la vacuna, y estará marcado, por la persistencia de las diferentes normas de higiene, de aplicación generalizada, junto a un mayor nivel de pobreza contenida por las diferentes subvenciones administrativas, y al desarrollo de un programa sanitario-social que nos acercará a un mejor conocimiento y tratamiento de un brote esporádico o de una nueva pandemia.
La 'nueva normalidad' en principio será pasajera, más triste, más recogida, más temerosa, más congelada en movimientos, y con un futuro más incierto. Pero el esfuerzo, la cooperación y la constancia de cada individuo, junto con la suplantación de un diálogo inteligente por la lucha mediocre de egos de nuestros políticos, nos permitirán al final alcanzar el bienestar deseado.
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