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Los heterodoxos son, según definición del diccionario de la RAE, los 'discrepantes de la doctrina fundamental de un sistema político, filosófico, etc.' y también 'los disconformes con hábitos o prácticas generalmente admitidos'. Quienes navegan a contracorriente pueden modificar los cánones, de manera que lo ... que en principio resulta fuera de norma se convierta en el eje principal sobre el que gire lo admitido como correcto. A lo largo de la historia esa evolución de lo fuera de foco a la centralidad ha requerido de mucho tiempo, en el presente la aceleración de los cambios sociales acorta de forma extraordinaria ese plazo.
Asistimos a una modificación del paradigma en el uso de la lengua, una transformación que, bajo la superficie de lo que se presenta como una moda, contiene elementos de verdadera arquitectura sociológica. Y me refiero a planteamientos como la corrección política, la posverdad, el neolenguaje, noticias falsas, etc. Los estudiosos de las implicaciones que el lenguaje tiene en la creación de diferentes maneras de pensar y en la capacidad que posee para transformar la realidad, coinciden en la necesidad de impedir que, mediante el uso inadecuado de las palabras, se active una nueva forma de censura.
Darío Villanueva, exdirector de la Real Academia Española de Lengua, ha publicado un libro que considero de imprescindible lectura: 'Morderse la lengua' (editado por Espasa). En un ensayo, tan brillante como cargado de argumentos, Villanueva alerta del riesgo que corremos al aceptar esta forma de coerción de la libertad. Una frase del libro lo resume con claridad: «La corrección política puede convertirse en la censura de la posdemocracia».
Desde determinadas fuerzas políticas se trabaja para imponer unas prácticas heterodoxas del idioma que pretenden ser legitimadas como la nueva norma. Con ello, quienes sigamos respetando un idioma construido a base de siglos de sabiduría popular, pasaremos a ser los nuevos heterodoxos, los que estaremos fuera de la corriente mayoritaria.
El proceso de degradación del idioma es sencillo: una cadena de eufemismos y ambigüedades que conducen a eliminar los conceptos y con ellos a metamorfosear la realidad. Cuando un hecho resulta poco agradable se busca rebajar su carga negativa con otra palabra o mediante una perífrasis. Es frecuente encontrar en el lenguaje periodístico la palabra abatido, cuando en realidad se describe la muerte violenta de una persona. Escribir el verbo matar, no digamos asesinar, resulta excesivamente real. En esa carrera hacia la degradación del habla aparecen los agraviados por el idioma. El crecimiento de esa corriente nos lleva a extremos como condenar expresiones como 'burrada', 'animalada' o el propio nombre de 'perro' ya que, según algunos movimientos, esas expresiones ofenden a los animales.
El movimiento en favor de complicar el lenguaje hasta hacerlo insufrible crece de día en día. Uno de los motores de la evolución y del progreso consiste en simplificar la comunicación. Por esa razón, cuando se escribe ciudadanos se quiere decir todos, mujeres y hombres. Cuando se escribe periodista no nos referimos solamente a las mujeres, sino a todos. La palabra 'periodisto' no existe y nunca debe ser empleada. La reivindicación del papel de las mujeres en la sociedad es una tarea necesaria, pero no se logra mediante estos artificios lingüísticos sino con una autentica política de conciliación y con una realidad inapelable: cada día más mujeres trabajan en profesiones hasta hace unos años consideradas coto exclusivo de los hombres.
Si la razón de ser de un idioma es lograr el entendimiento entre las personas, oscurecer el significado de las palabras es un trabajo d'Orsiano que funciona en contra del objetivo que tiene el idioma. El recurso a la perífrasis o la anfibología resulta un 'suicidio' de la lengua, porque atenta contra su función esencial.
Los movimientos que pretenden imponer unas normas rígidas y contrarias a la economía del lenguaje no son otra cosa que una forma novedosa de censura. En unos momentos del predominio del pensamiento líquido, de ideologías blandas y confusión entre los valores esenciales y los neovalores, es necesario no caer en la tentación de asumir sin más la nueva ortodoxia, corrección política que, por atentar contra la fluidez en la comunicación y el ahorro de vocabulario, no parece tener perspectiva de largo recorrido. Manuel Gutiérrez Aragón, miembro de la RAE, decía esta semana en el Aula de Cultura de El Diario Montañés que ese intento de imponer el 'ellos y ellas' decaerá porque complica en exceso la comunicación y porque la gente no lo usa en su conversación.
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