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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre una noticia que nos enviaba un compañero el otro día a mí y a otros colegas por guasap. Daba cuenta de que los museos del Louvre y el Carnavalet de París eliminaban la numeración romana de ... los textos de sus exposiciones para facilitar a todo el mundo la lectura de las cifras representadas; es decir, que, por ejemplo, en lugar de encontrar al pie de un retrato del «siglo XVI» la datación como acabo de escribirla, aparecerá «siglo 16».
En realidad, como muchas cosas que circulan sin verificar por internet, la noticia no era nueva ni era exacta. Era de marzo de este año, sí, pero referida solo al Museo Carnavalet, uno de los más visitados de París, cuyo contenido exhibe la historia de esta ciudad. El Louvre, mira tú, ya había operado semejante cambio hace cuatro años. Las autoridades de esos museos, para justificar la eliminación de los números romanos, han apelado a la necesidad de ofrecer unos contenidos más actuales e inclusivos al público general y de que no sean un obstáculo para quienes no conocen esos números; han explicado que la mayor parte de su público es extranjero, no europeo, sino especialmente procedente de países asiáticos, donde la numeración romana, que cada vez -dicen- se usa menos, es desconocida.
Ahora bien, esas explicaciones, de raíz económica, máxime tras la pandemia, no pueden considerarse sino eufemismos que esconden realidades mucho más tristes y pedestres. Es verdad que el público al que se pretende agradar e invitar a los museos franceses, el asiático, puede no estar familiarizado con la numeración romana, por razones obvias; lo curioso es que no se les invite a conocer este sistema de numeración, que se van a encontrar por doquier por todo el continente, con las explicaciones pertinentes, en un intento de extender nuestra tradición y nuestra capacidad de influencia cultural. Al contrario, más bien parece que la actitud de los museos responde a una nueva concesión a la cada vez más acusada anglosajonización de nuestra cultura en detrimento de la identidad grecolatina de la que los europeos especialmente somos herederos. Tal anglosajonización se pone de manifiesto en la adopción de palabras, usos, modas y tradiciones de los países de ese entorno en detrimento de las propias; y alcanza, no solo a Europa, sino también a las gentes de aquellos países orientales a las que se quiere atraer. Pues bien, no parece casual que los números romanos desaparezcan de las dataciones en los museos franceses, justo igual que en la lengua inglesa. En esta, es tradición emplear números arábigos, así: 16th Century b. C. o 16th Century a. D., que significan, respectivamente, decimosexta centuria o siglo 'before Christ' (antes de Cristo) y decimosexta centuria o siglo 'anno Domini' (año del Señor), en una sorprendente incongruencia que mezcla cómputo de siglos y cómputo de años, lengua inglesa y lengua latina.
Y no es verdad que los números romanos se usen cada vez menos. En Europa, y también en los países de habla inglesa, se utilizan donde es necesario para dar mayor relevancia y solemnidad a cómputos ordinales de años, eventos deportivos, culturales, sociales, científicos, etc. Puede que tu reloj marque las horas con números romanos.
La eliminación de estos números en los museos franceses ha provocado indignación en Italia, donde sus antepasados los inventaron. Allí se considera el cambio casi como una afrenta nacional. Un conocido periodista y escritor, Massimo Gramellini, escribía en su columna del 'Corriere della Sera' que las explicaciones de los museos eran contrarias al principio general que debe guiar la educación: el de ofrecer obstáculos que sirvan de estímulo para superarlos, en vez de eliminarlos. En España, donde la cuestión ha pasado casi totalmente desapercibida, sabemos muy bien de qué habla Gramellini: cada reforma educativa llevada a cabo en los últimos 50 años ha supuesto un retroceso en los niveles generales de exigencia, al punto de quedar reducidos ahora a una subjetiva apreciación de la adquisición de determinadas habilidades y competencias. La enseñanza de la cultura clásica, que incluye los números romanos y, por supuesto, del latín y del griego, si no ha desaparecido del todo, se encuentra en un estado comatoso, al alcance de poquísimos alumnos.
Todo esto no hace sino poner de manifiesto la catástrofe cultural en curso de la que habla Gramellini: «Primero no se enseñan las cosas y luego se eliminan para no hacer que se sientan incómodos quienes no las saben». Pues eso.
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