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Para cuando se quiso sustanciar el ramal del Canal de Castilla que habría de conectar Alar del Rey con la ría de mi pueblo, San Martín de la Arena (o Requejada, o Suances), resultó que ya se había inventado el ferrocarril y que no tenía ... sentido construir un costoso sistema de esclusas para gestionar el desnivel entre meseta y costa. El avance de la tecnología del transporte había dejado obsoleto en el siglo XIX algo que, a mediados del siglo XVIII, sin embargo, hubiera sido muy importante para desarrollar Cantabria como intercambiador de producto castellano y producto ultramarino.
Es de temer que nos pueda suceder lo mismo con los actuales proyectos de infraestructuras, dado el gran retraso que acumulan... y seguirán acumulando.
Los dos intentos anteriores de abrir corredores ibéricos, a saber, el ferrocarril Santander-Mediterráneo y la autopista Dos Mares, perecieron atropellados por la marcha de la historia: de la económica-demográfica en el primer caso, y de la jurídico-ambiental, en el segundo. Para sustituirlos tenemos la A-73, autovía Aguilar-Burgos, que, aun con algún tramo nuevo a punto de estreno, sigue sin tener garantizada ni la financiación ni los proyectos ni calendario cierto para su conclusión. Al ritmo actual y el previsible, presuponiendo buena voluntad administrativa, podría terminarse en unos diez años: 2031. Para entonces, lógicamente, han podido cambiar muchas cosas y convertirse en una autovía que atraviese el desierto de Tariq. Un problema de la autovía Aguilar-Burgos ha sido que, con tantos retrasos de tramitación desde 2010, los proyectos iniciales quedaron desfasados ante el cambio de requisitos de prestaciones y calidad en la normativa europea de transportes. Ha habido que rehacerlos a fondo y aún no ha concluido la tarea.
El sustituto ferroviario, dado que a nadie se le ha ocurrido un enlace Aguilar-Burgos, es enchufarse al valle del Ebro vía Bilbao. Pero como eso, a su vez, depende de un proyecto de larga gestación, resulta imposible visualizarlo. Cruzar los montes hacia Vizcaya puede superar obrones de cerca de 2.000 millones de euros y no ha nacido gobierno que se atreva a ello para unir dos ciudades que están, alternativamente, a solo 55 minutos por autovía, que es menos que lo que tardan en llegar a su trabajo a Madrid muchos que viven en los municipios de su periferia. O sea, que no espere usted de pie.
Otra tardanza importante es la conexión ferroviaria con la Meseta (que se desatendió durante años mientras se hablaba con excesiva hipérbole del ficticio tren con Bilbao, porque pareció mejor bandera, pero la realidad es que ha habido una manifestación esta semana en la capital vizcaína, simplemente, para que funcione la tartana de vía estrecha actualmente existente). Paralizada en 2010, ahora podría retomarse, con más de una década de demora. Pero aun suponiendo inicio de trabajos entre Palencia y Osorno (dos tramos), aún se debe llegar de Osorno a Aguilar y de la villa galletera a Reinosa para completar la línea de alta velocidad. Si las dos obras iniciales se acaban en cuatro años, podrían estar listas para 2026, y sin embargo la finalización de todo lo demás muy probablemente obligue a añadir a esta fecha en torno a cinco años, siendo prudentes en la estimación. De nuevo nos encontramos con la fecha de 2031 para poder presumir de una comunicación moderna y con impacto económico real y que se note.
Conectar mejor con la Meseta no solo se refiere a pasajeros, sino también a mercancías. Para beneficio del Puerto y viabilidad es estructuras como la que se pretende en La Pasiega, es fundamental también que las vías para uso mercante sean adecuadas para las empresas que necesiten esa logística. De esto se habla menos, quizá porque carece del glamour de la alta velocidad, aunque es trascendente para todo el corredor entre la Bahía santanderina y los núcleos mesetarios emisores o reemisores de mercancía.
Es inevitable vincular todos estos retrasos al hecho autonómico de Cantabria, que ha oscurecido la función general de nuestro territorio en España, algo que antes estaba muchísimo más claro, prácticamente desde los Reyes Católicos y con toda seguridad desde el siglo XVIII. Había una labor de compensación informativa, pedagógica, coordinativa, que era necesaria inmediatamente para evitar este probable coste de la autonomía, pero que no hemos realizado y sigue siendo tarea pendiente. Madrid y Castilla se sintieron desvinculadas de su salida cántabra al mar a partir de 1982, con lo que se quebró una línea secular creada por el Camino Real primero y el ferrocarril de Isabel II, después. Y los vascos y asturianos han estado a lo suyo, a su propia verticalidad en el eje de los puertos a la meseta, con mucha más capacidad de presión sobre los ministerios y de atracción sobre grandes empresas. Nosotros hemos querido ser originales y ni nos sabemos la letra del himno.
No hemos explicado tampoco a ese poder central por qué Cantabria es verdaderamente interesante en una misión nacional. Si no le hubiera dado a Alfonso XIII por veranear aquí, la mitad de los edificios nobles de la ciudad ni siquiera existirían. Ni la república hubiera creado una universidad de verano para ocupar un palacio real. Mientras nuestra postura sea la de una comunidad pequeña que reclama inversiones grandes desde su propia óptica pequeña, los retrasos se irán acumulando y el posible impacto positivo de cualquier infraestructura se irá difuminando en el tiempo, por cambios tecnológicos y económicos y porque, cuando tardas tanto, al final tu territorio no marca una diferencia. Para cuando quieres tener tu canal de Castilla, alguien ha inventado el ferrocarril. Para cuando quieres tu ferrocarril con Sagunto, España ha cambiado y ya no lo demanda. La moraleja es que el tiempo no pasa en vano. Muy al contrario, puede causar la obsolescencia sobrevenida de grandes proyectos que pasan a los libros de historia como, por decirlo tomando prestada una expresión a Teresa Cobo y su libro sobre el Túnel de La Engaña, «hazañas estériles». Atención a esta obsolescencia por destiempo, que viene de la falta de relato nacional.
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