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Lluís Rodés, su bisabuelo astrónomo, le da nombre a un cráter en la Luna, y por eso María les canta a las estrellas negras que todavía no existen porque el universo de trece mil millones de años no es lo suficientemente antiguo para formarlas. María ... Rodés le canta también a lo sobrenatural y al diablo en el Centro Botín, y su gusto por lo bello es tan acentuado que, en complicidad con el público, detiene su recital por unos instantes para ver pasar los barcos por la bahía de Santander, la ciudad en la que se quedaría a vivir, contemplados desde la atalaya privilegiada del escenario del auditorio. María presentó su último trabajo, 'Lilith', en homenaje quizá a la Reina de la Oscuridad y a las brujas, pobres mujeres, víctimas casi siempre de la ignorancia y la superstición. «Muchas han muerto quemadas en el fuego. / Por culpa del cabrón las ha condenado. / Él las engaña, ¡oh, hermoso diablo!».
Y, escuchando a María, recordé a otras hechiceras, magas y adivinas, a los seres que pueblan nuestras arboledas, ríos y montes; a las brujas de las aldeas, las reales y las imaginadas, cuyas leyendas se entremezclan a veces con las de las comunidades del norte, y a los personajes fantásticos de una rica mitología transmitida de generación en generación. Cientos de esas historias fueron recogidas por Jesús García Preciado en sus programas de Radio Nacional de España y publicadas después en los seis tomos de los 'Cuentos de la tradición oral', en El Diario Montañés y en la revista 'Cántabros' que construimos con destino a los montañeses en el mundo. Hablábamos de las anjanas, las hadas buenas, pero también de las ojáncanas, de maldad extrema, mayor que la de los ojáncanos; de lumias, ventolines, duendes, trastolillos y nuberos, de los caballucos del diablo o de los sagrados robles, hayas y tejos.
Pero si la mitología cántabra es oída, la mitología gallega, mi lar paterno, es personal. Tuve tratos con lambirones y sacaúntos, maruxainas y meigas, en la Galicia de los bosques umbríos y misteriosos, a través de memorias de viejos al calor de la lumbre y a la relación de gentes muy próximas con curanderas, nigrománticas y cartuxeiras, a quienes pedían amores, la sanación de los enfermos, la promesa de buenas cosechas o echarle el mal de ojo a algún vecino. Mis tías me contaban antaño las andanzas del hambre, y de la picaresca surgida de la necesidad, en la casa acogedora del pueblo marinero de O Barqueiro, donde desemboca el Sor y se unen Lugo y La Coruña. Eran relatos verídicos que ellas vivieron y fábulas de procesiones de ánimas en pena, enredos del diantre o bromas del trasno, el enano que habita en los hogares. Mientras, cantaba María Rodés, «se preparan ungüentos, las brujas vuelven».
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