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Con motivo de la pandemia del covid-19 que durante tanto tiempo viene ocupándonos y preocupándonos, hemos podido asistir a hechos que ponen de manifiesto muchas incongruencias en el comportamiento de algunos de nuestros políticos. Me refiero, por ejemplo, a la llamada 'patada en la ... puerta', que todos hemos visto en nuestros televisores y que luego se ha multiplicado exponencialmente a través de las redes sociales, método con el que la policía ha entrado con gran violencia, rompiendo puertas y ventanas, a domicilios particulares por el hecho de celebrarse una fiesta con un número de participantes superior al permitido y sin guardar las medidas de seguridad establecidas, y por ello, con toda justicia, sancionable por falta muy grave, pero para lo que podían haber esperado a que salieran sus ocupantes por su propio pie para aplicarles la ley con el rigor que su irresponsabilidad merecía. La violencia de tal incursión en un domicilio particular, derribando a patadas o con la ayuda de algún elemento contundente la puerta de acceso de una vivienda particular, choca con la pasividad, cuando no total inacción, con la que diariamente observamos a las mismas fuerzas de seguridad -seguramente que con gran desesperación por parte de muchos de sus integrantes por las órdenes recibidas de que nada deben hacer al respecto- ante la ocupación de una vivienda por parte de unos okupas, muchas veces miembros de una banda organizada que luego ceden o alquilan la misma a otras personas, que tratan tal vivienda de manera totalmente desconsiderada -tal y como puede verse cuando sus legítimos propietarios pueden recuperarlas, en las que pueden apreciarse los desperfectos ocasionados y la mugre y porquería acumulada- y que durante su estancia en la misma, además de los daños, se permiten el lujo de ejercer violencia verbal, cuando no de otro tipo, sobre los vecinos del edificio y barrio que tiene la desgracia de contar con tan indeseable compañía. ¿Por qué se actúa de forma tan contundente y rápida ante una reunión -ilegal, sí, pero no tan urgente como para tener que derribar la puerta a patadas- mientras no se hace nada ante la ocupación violenta -sí, violenta, porque toda ocupación de una propiedad privada es una violencia inadmisible- de una vivienda a la que desde ese momento no puede acceder su legítimo dueño y a la que para más escarnio debe seguir, en muchos casos, pagando la luz, el agua, el gas, la comunidad o el IBI? ¿Por qué hay que esperar a la desesperante lentitud de la justicia para que apruebe, o no, la entrada de la fuerza pública en una vivienda ocupada por unos desaprensivos, cuando no simples delincuentes, y sin embargo lo hacen con tal rapidez y eficacia ante una fiesta de unos particulares, por muy ilegal que sea la misma? ¿Será, acaso, porque ahora estamos en estado de alarma y por ello se permite a las fuerzas de orden público actuar así, sin tener que esperar a mandamiento judicial alguno? Si así fuere, que lo dudo, ¿por qué entonces no aprovechan para desalojar todas y cada una de las viviendas ilegalmente ocupadas?
Difícil va a resultar, a partir de ahora, justificar a las fuerzas de seguridad -más allá, lógicamente, de alegar que ellos se limitan a cumplir las órdenes recibidas de sus superiores- su inacción ante la denuncia por un particular de que su vivienda ha sido ocupada ilegalmente, pues seguro que inmediatamente les recordarán la contundencia y rapidez con la que entraban en las viviendas en las que durante la pandemia de covid-19 se celebraba una fiesta, sin que ello signifique, por supuesto, que a sus asistentes no se les deba castigar ejemplarmente, dado el riesgo que representan tales reuniones para el conjunto de la población.
La crisis económica que como consecuencia de esta pandemia estamos ya sufriendo, y la crisis social que la misma va a generar, puede ser aprovechada por bandas de delincuentes para justificar la ocupación de viviendas, so pretexto de una necesidad real, pero cuya actuación carece de toda justificación pues la solución a un problema tan importante, como es el que todos puedan disponer de una vivienda digna no puede hacerse a costa de los legítimos propietarios de las mismas. Permitir que mafias criminales controlen esta actividad puede generar conflictos convivenciales muy graves, además de una inseguridad jurídica muy importante en algo tan fundamental como es la vivienda, razón por la que debiera ponerse inmediato coto a tal actividad y adoptar por nuestros políticos, con carácter de urgencia, las medidas legislativas oportunas que corrijan la actual situación y eviten en el futuro que nadie tenga que pasar por vivencias como las padecidas por muchos ciudadanos que han tenido la desgracia de sufrir la ocupación de su vivienda.
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