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El otro día se anunció el descubrimiento de un extraño sistema solar con seis planetas que 'bailan' sin cesar al mismo ritmo, no se sabe si a modo perreo o chundachunda que son dos de los nuevos términos incorporados al diccionario, con perpleja solemnidad, por ... parte de la Real Academia de la Lengua. La machacona virulencia de la coreografía parlamentaria sí parece agitarse a ritmo del segundo– del chundachunda– con constantes descalificaciones de grueso calado incluso en el hemiciclo europeo, a donde ahora algunos de nuestros representantes van para hablar mal de nosotros mismos. En las jornadas de Pandemia filosófica en Santander el profesor Ignacio Pajón dijo que los ciudadanos no pueden ser secuestrados por supuestas verdades absolutas. Cabe preguntarse cómo justificarán los negacionistas del cambio climático que 2023 sea ya el año más cálido jamás registrado. Cuando, además, la temperatura del planeta parece haber calentado con similar intensidad un temperamento político desbocado que sofoca ya a toda la sociedad.
Está todo el mundo tan susceptible que incluso los ardientes defensores de libre mercado y la libertad han montado un drama porque no toleran la competencia del Puerto de Bilbao que ha venido a promocionar sus servicios a Santander. Como si algo nos impidiese a nosotros salir de la bahía para captar clientes en otras geografías limítrofes. Al fin y al cabo somos los únicos que tenemos concertinas, cuya razón –según se nos dijo– fue la de evitar que se marchasen los clientes a otros puertos. A ver si va a resultar que los polizones no son el problema, como proclamaron los defensores de las vallas asesinas.
Menos mal que ahora nuestras autoridades portuarias estarán entretenidas con la batalla entre drones submarinos y 'narcobuzos' que próximamente se estrena en aguas de diez puertos, incluido el nuestro. Porque para rematar el sainete, en el muelle de Calderón se exhibe, a considerable tamaño y con pretenciosa vanidad creativa, la apócrifa y escatológica rima de Santander y no volver. Tanto presumir de cuna aristocrática estival y anillo cultural para acabar reivindicándonos como una letrina. Una gigantesca alegoría del irresoluble conflicto con la basura local.
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