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Tras la esperanza ciega de que los descubrimientos de las vacunas contra el covid iban a solucionar la epidemia, nos hemos topado con la cruda realidad que supone administrarlas a millones de personas. Hasta ahora, al ritmo con el que se están administrando, ... tardaremos meses, quizás un año o más en lograr ese fin. Por razones de fabricación de las vacunas, por el surgimiento de nuevas cepas que quizás puedan ser ineficaces y, sobretodo, por las deficiencias de planes claros de vacunación. Al día de hoy, pasados dos meses desde la llegada de las primeras dosis, solo se ha conseguido vacunar un escaso dos por ciento.
Ha habido meses para preparar la logística de la vacunación, pero cuando llega el momento nos encontramos con protocolos distintos según las autonomías, las dificultades de repartirlas, el descubrimiento de que de los viales se desaprovechan algunas dosis, la escasez de personal y un largo etcétera al que se añade el debate sobre la picaresca de quien se aprovecha de las dosis sobrantes o las usa en su propio beneficio con todo tipo de excusas.
Establecemos, y continuamente volvemos a elaborar protocolos. Todos comienzan en los ancianos de las residencias y nadie dice nada de cómo se vacunarán a los que viven fuera de ellas, solos o con sus familiares. Luego, se incluye a los sanitarios como evidente personal de riesgo. Y tras ellos, aparecen multitud de candidatos a recibir las primeras dosis: militares, policías, transportistas, taxistas, agricultores, pescadores, maestros, vendedores de supermercados, encargados del mantenimiento de la luz, el agua o el gas, funcionarios públicos... En Cantabria, incluso, se consideró a los reclusos de un penal como prioritarios, olvidando que ya de por sí estaban recluidos. Si surgía algún caso, solo habría que aumentar su nivel de aislamiento. Una a una, todas las profesiones, porque salvo los jubilados que no alcanzan los 75 años, grupo que al parecer no sirve para nada, todo el mundo se considera como población de riesgo. Y es que vivir en sociedad, precisamente consiste en estar en contacto y depender unos de otros. Los epidemiólogos señalan como fundamental lograr cuanto antes una inmunidad en un mínimo del 60 al 70% de la población. Y es un desafío de tal magnitud, que no admite la elaboración de protocolos diferentes por cada comunidad autónoma.
Vemos como en Estados Unidos se forman filas en los estadios deportivos con gentes de todo tipo para vacunarse. En Inglaterra, en un tiempo récord se está vacunando millones de personas incluyendo las iglesias como centros sanitarios. Y en Israel, se vacuna en cualquier punto al mayor número de gente, sin protocolo alguno: barrios enteros, empresas, fábricas, supermercados... Así están consiguiendo mantener la normal actividad económica y lograr a la vez, la mayor inmunidad.
Se dirá que es cuestión de que lleguen las dosis suficientes, y es cierto. Pero, cuando esto ocurra, que ocurrirá, podemos encontramos con los obstáculos de protocolos cambiantes, dispares o de difícil cumplimiento y la discusión de quién debe realizarla, dónde y si el personal sanitario está siendo desviado de sus misiones asistenciales. Todo por no tener en cuenta el objetivo principal: vacunar cuanto antes al menos a dos de cada tres españoles.
Hay que establecer dónde van a estar los puntos de vacunación, olvidarnos de sofisticados equipos acudiendo en búsqueda de potenciales personas en riesgo, sino que hay que delimitar el aislamiento de sectores y proceder a vacunar a todos, sin distinción, en jornada de mañana, tarde y noche, sin festivo alguno, y usando como vacunadores a todo aquel que sea capaz de poner una inyección, desde el personal sanitario activo hasta los estudiantes de medicina y enfermería o los jubilados sanitarios.
Incluso recurriendo a voluntarios, como tiene la Cruz Roja o el Ejército, porque para poner una vacuna no hay que tener estudios superiores.
Es un asunto que se aprende en cuestión de una o dos horas como mucho. Eso sí, antes de que lleguen las dosis, no después y volver a perder el tiempo.
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