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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre esa moda que, de un tiempo a esta parte, ha convertido la protesta o el parabién en algo popular, accesible a todo quisque, con tal que tenga un teléfono móvil 'inteligente': la opinión. Antaño, para elegir, ... por ejemplo, hotel o restaurante existían unas guías -a la venta, claro- que te indicaban características de todos los locales del país o zonas de tu interés. Todo muy primitivo, propio de otra época en que la aventura formaba parte de la elección. Había otras posibilidades: ¿te acuerdas de cuando ibas a una agencia de viajes a que te asesoraran para contratar, pongamos, una estancia de unos días en un lugar determinado y te llevabas una revista en que se especificaban las características de los hoteles de ese lugar? ¿Te pasó alguna vez que, después de mucho mirar y comparar fotos y precios, ibas por fin al establecimiento seleccionado y la realidad no tenía nada que ver con lo prometido en la revista? Por supuesto, el agente de viajes sabía lo mismo que tú del sitio; normalmente, nada, con lo que difícilmente podías desahogar tus cabreos, si no era con el maestro armero. Era el pleistoceno, ya lo sé; los más jóvenes ni siquiera sabrán de qué hablo (y no me refiero al pleistoceno). Cuéntaselo tú y diles que eso pasaba.
Ahora es distinto. Lo que hacemos todos es consultar en buscadores y aplicaciones específicas qué sitios hay para dormir, comer o ver allá adonde queremos ir, comparar sus precios, horarios, disponibilidad y, lo que es más importante, leer las opiniones recibidas de quienes ya han estado en ellos.
Y no me extraña que, poco a poco, tales aplicaciones y, sobre todo, buscadores, sean la principal fuente de consulta. Es tal su invasión en nuestras vidas que, como tengas el localizador activado, detectará que estás en tal sitio y te preguntará si quieres opinar sobre él o agregar alguna foto. La tentación de hacerlo, cuando estás descontento, es muy grande. No tienes que encararte con un camarero porque tu sopa era escasa, ni que protestar a propietarios por unos calamares poco frescos o porque tu habitación no estaba suficientemente limpia. Basta con rellenar el cuadrito de las estrellas o escribir en tu teléfono lo que quieras: se van a enterar.
Esta forma de valorar los servicios de una empresa ha cambiado completamente su modo de comportarse con el cliente. Si otrora la hoja de tu reclamación tardaba meses en acabar de gestionarse en la consejería autonómica de turno, para nada, ahora, sin perder un minuto, tu protesta será instantánea y podrá tener efectos castigadores asimismo instantáneos. Es verdad que el afectado también puede responder y poner las cosas en su sitio; pero ante una avalancha de malas críticas poco tiene que hacer. La buena valoración de los clientes es ya meta prioritaria para todo empresario, sabedor de que su supervivencia puede depender de ella.
El problema de esta popularización de la opinión es que, lo mismo que, si es sincera, puede ayudar a la empresa a mejorar sus servicios y a otras personas a apreciar sus bondades y defectos, para elegir con mayor motivación, si es malintencionada, también puede llevarla a la ruina y, con ella, a las familias que haya detrás. Conozco casos de personas que compulsivamente expresan valoración de todo local donde entran y elevan a condición de afrenta cualquier cosa que no les guste. Y claro, sus opiniones pueden ser de lo más dañinas: que si la empleada me miró intolerablemente mal, que si hacía un poco de frío, que si había gente rara, que si tardaron mucho en atenderme, que si el camarero era displicente, que si la decoración sobria... A veces es puro postureo: algunos mienten vilmente al opinar sobre sitios en que no han estado, para hacer ver lo andados y viajados que están o lo bien que se relacionan.
Me pregunto yo si quienes tanto y tan quisquillosamente valoran estarán a la altura de sus comentarios. Muchas veces son personas que se creen con derecho a trato 'vip' por el simple hecho de pagar y poner a parir a cualquiera que no se lo dispense.
En su casa o en sus vidas, sin embargo, quizá no sean tan maravillosos como pretenden que sean los demás y tal vez no estén bien considerados por quienes los conocen. ¿Qué pasaría si todos fuéramos evaluados en nuestro quehacer cotidiano? ¿Cuántas estrellas te pondrías tú? Dime, dime...
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