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Durante la segunda mitad del siglo XX la guerra fría del llamado 'mundo libre'(EE UU y sus aliados) contra el totalitarismo stalinista (la URSS y los suyos) estableció una nítida división del mundo en dos campos. Una diferenciación maniquea que hizo tabla rasa de ... la compleja realidad existente. El final de la guerra fría puso de manifiesto dos realidades que hasta ese momento habían permanecido enmascaradas: una, la disolución de la Unión Soviética no erradicaría el riesgo totalitario; otra, la democracia liberal había entrado en crisis y, 'mutatis mutandis', otro tipo de totalitarismo amenazaba con instalarse en el 'mundo libre'. Este último, no a partir del comunismo sino ¡horror! del propio capitalismo. Los analistas habían concluído que en el estadio avanzado del comunismo se llegaba al totalitarismo; ahora, en el actual estadio del capitalismo, parecía inevitable el triunfo de los monopolios, el final del 'mercado libre' y de la democracia liberal. Todavía no el totalitarismo, pero...
El sistema democrático ha desarrollado una maquinaria para allanar y asentar los conflictos de interés de los individuos entre sí y de estos con la sociedad: ley igual para todos y derechos humanos individualizados. El totalitarismo no propone una vía alternativa para conciliar los conflictos (irresolubles) entre la libertad y las necesidades del humano; propone eliminar la contradicción de un plumazo erradicando una de las partes, pues mientras subsista la necesidad el conflicto seguirá existiendo. Como modo de erradicarla se propuso sustituir el 'mercado libre' por el absoluto y total control del Estado, hasta lograr la total y completa satisfacción de todas las necesidades (materiales y espirituales) del individuo. Lo cual significa cambiar radicalmente la condición humana para que el individuo deje de sentir la necesidad de libertad individual.
¿Cuál es la situación actual? En el caso de los países comunistas (Rusia y China), tras el espejismo inicial de que adoptarían la economía de mercado, tanto Putin como Xi no parecen haber renunciado esencialmente al comunismo y su corolario: el totalitarismo. La economía no está totalmente centralizada (¡nadie es perfecto!), pero sus hilos están controlados esencialmente por el Estado. Esto no es sorprendente; tras corregir obvios errores, que llevaron al fracaso del proyecto original, el éxito de China ha sido tan espectacular que hoy es la segunda economía mundial.
Lo verdaderamente sorprendente ha sido la crisis del sistema democrático que, tras caérsele el taparrabos de la guerra fría, dejó sus vergüenzas a la vista de todos en la gran recesión de 2008... ¡más la secuelas que traerá el coronavirus!. Ahora es el capitalismo el que está buscando desesperadamente un sistema alternativo a la democracia. Cuanto más digan nuestros gobernantes que estas crisis son pasajeras, más sentirán la necesidad de un sistema que nos blinde frente a ellas. Un sistema alternativo que 'mutatis mutandis' contendría las señas de identidad del totalitarismo. El control directo de la sociedad por el Estado no es imprescindible, el Estado puede limitarse a garantizar la impunidad absoluta de monopolios y oligopolios para que hagan el trabajo. No en vano tienen estos un inmenso poder para secuestrar y domesticar al Estado.
¿Qué hacer cuando -en un mismo país- Gobierno y oposición ceden a los vientos totalitarios que soplan por doquier; es decir, ambos practican el populismo, están apestados por el virus nacionalista, recurren al separatismo...?. La 'ingeniería social', que inicialmente fue una herramienta de la ideología totalitaria (fascismo, nazismo, comunismo) es hoy utilizada en la democracia sin ningún reparo. Su finalidad es manipular las actitudes, relaciones y acciones sociales de la población, ya sea por gobiernos ya por grupos privados. Inicialmente pudo ser un método para responder a los problemas sociales, pero se transformó rápidamente en herramienta de su manipulación, mediante el uso masivo de las técnicas de propaganda. Su coartada es que el buen juicio democrático del público no es suficiente y deben ser guiados desde arriba porque las personas son fundamentalmente irracionales, no confiables. Se consigue así fidelizar a las masas, modificar la vida ciudadana difundiendo formas culturales convenientes a los objetivos nacionales y extendidas a todas las áreas de la vida.
La 'ingeniería social' ha sido herramienta imprescindible para la destrucción de la clase obrera como fuerza política; previamente se había hecho lo propio con la primera clase social: los campesinos; ha destruído los partidos políticos que han dejado de ser una fuerza autónoma para someterse a todas las exigencias del poder; ha puesto fin a la mismísima democracia representativa fagocitándose a sí misma.
Pero hay un viejo concepto socialdemócrata que se remonta a la II Internacional (1889-1916), el cual había sido bendecido por la Iglesia Católica con anterioridad (c. 1840): 'Justicia Social'. La idea era responder a la 'cuestión social' (por entonces, la miseria causada por la revolución industrial) sin politizarla; es decir, sin caer en la ingeniería política de lo social. La justicia social no sólo sigue siendo una idea de gran actualidad, sino que se antoja imprescindible en los tiempos que corren para capear los más oscuros nubarrones en lontananza. Hablaremos de ello próximamente.
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