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Cuando preguntas en tu entorno, una gran mayoría está de acuerdo en que la democracia liberal ha entrado en crisis. No ahora con la pandemia, que ha sido más bien el test que ha confirmado la gravedad de la dolencia, sino desde hace años. Y ... no sólo en España. A lo largo del tiempo he ido dejando un reguero de amigos con los que sigo en contacto, por toda Europa y las dos Américas; desde Chile hasta Inglaterra y desde España a Polonia se quejan de lo mismo: nuestro sistema está en crisis.
¿Qué es lo que ha entrado en crisis? Para entenderlo hay que hacer un repaso de los presupuestos actuales en que se ha basado el Ordo Liberalis. Su principal premisa ha sido la igualdad de oportunidades para todos los integrantes de la comunidad, independientemente de su sexo, condición social y procedencia. Su principal promesa, un mundo más ecuánime, más pacífico y más próspero. Los principales riesgos: la regresión, la autocracia, el nacionalismo, el predominio de los oligopolios. Su fundamento, el liderazgo de Estados Unidos, la ONU, el FMI, el Banco Mundial, la OIT, la OCDE, la ONU y la OTAN.
Su historia, a partir de la Segunda Guerra Mundial, ha sido la creación de un mercado libre globalizado, unido a potentes políticas sociales. Un proceso que se frenó y comenzó a desvanecerse y desmoronarse a partir de 1980 (Reagan-Thatcher). A partir de 2008 ha habido una progresiva sustitución del multilateralismo por el caos y el oportunismo unilateralista en las relaciones internacionales y, de puertas adentro, la radicalización nacionalista que se sustenta en el creciente apoyo de una clase media proletarizada. Unamos a ello: crisis financieras a escala global; desigualdad evidente; e imposición del mercado libre a los países en vías de desarrollo, en detrimento de sus políticas sociales y con las puertas abiertas al mercado de capitales que se adueñan de sus recursos.
¿Qué salidas se le ofrecen al liberalismo para remediar la crisis del sistema? Habría que empezar por establecer un nuevo balance entre soberanía nacional e instituciones supranacionales, lo cual obviamente aplica a la Unión Europea de forma muy especial (ver más abajo); pero ONU, FMI, BM, OIT, OCDE, ONU, OTAN y los acuerdos multinacionales atañen a todo el mundo. Todos estamos igualmente concernidos en el asunto.
Para lograr este objetivo hay que identificar elementos de convergencia en lugar de motivos de discrepancia, tanto a nivel local como al internacional. Ejemplos: utilizar la crisis pandémica para potenciar la cooperación y la integración entre clases, dentro de cada país, y de los países entre sí; modificar los aspectos estructurales de política y economía, de modo que faciliten dicha cooperación e integración en lugar de potenciar el aislamiento nacionalista y el mercantilismo. En resumen, reconciliar de nuevo política, economía, democracia y mercado libre.
Esto exige imponer y aceptar la limitación del libre movimiento de capitales a través de un control ejercido por las instituciones internacionales. Proteger el orden y el desarrollo social contra las conmociones del mercado. Desactivar el fanatismo neoliberal que impone la apertura de los mercados en detrimento del orden social. Desarrollar la interdependencia entre países sobre bases más sólidas que las muy precarias que operan hoy. Reconstruir las estructuras a partir del factor humano, por ser éste el más vulnerable.
A nuestros dirigentes actuales esto les resulta contraintuitivo y les provoca escándalo, dado que la base estructural de la política es hoy la dominación a través de la conquista del poder, y la estructura económica se basa en un mercado operado con modelos matemáticos deshumanizados. No hay fórmula matemática que pueda integrar el factor humano.
Más concretamente ¿cómo fortalecer los elementos de convergencia en la UE? La iniciativa deben tomarla los miembros más grandes de la unión, Alemania y Francia, único medio de evitar que los países asociados se conviertan en oligarquías tecnocráticas o nacionalismos populistas, los dos peligros hoy más evidentes. A este respecto, las políticas de recuperación de la crisis pandémica en la Unión Europea, formuladas y apoyadas decisivamente por los dos grandes, son un paso significativo en la buena dirección. Las amenazas de una libertad de mercado sin las correcciones señaladas en el párrafo anterior, que provocan el conformismo de los miembros más vulnerables inducido por el miedo a las represalias, el ascenso de la tecnocracia y la devaluación de la política, obran en contra del robustecimiento de la convergencia.
Lo que debe ser y lo que más pronto que tarde debe hacerse realidad, es el primer principio de la Unión: una democracia social y de mercado. Por este orden, porque en este caso el orden de factores sí altera el producto, como hemos podido comprobar por experiencia. Hay prisa, se ha perdido demasiado tiempo entre idas y venidas y ahora el bufido del toro dispuesto empitonarnos se siente muy cerca.
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