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Produce cierta sensación releer propuestas de hace ya 25 años largos sobre el fomento del desarrollo de Cantabria, como era la contribución de José Antonio Garrido Martínez a un volumen colectivo que, coordinado en 1997 por el profesor de la UC José María Sarabia Alzaga ... y cofinanciado por la Asamblea Regional (hoy Parlamento), trataba de explorar el horizonte de 2025. Garrido Martínez no era una firma cualquiera. A sus 57 años, este doctor ingeniero industrial nacido en Santander y formado y afincado en Bilbao, se había convertido en una figura clave del empresariado vizcaíno, en firmas como Iberdrola o Gamesa, y además participaba intensamente en el mundo educativo, como profesor de la Universidad de Deusto, o como miembro de iniciativas relacionadas con la innovación, lo que también llevó a su reconocimiento por la UPV/EHU. Era la mirada del cántabro que ha hecho su (exitosa) vida fuera de Cantabria y que, con ese bagaje, trata de ofrecer algunas recetas de largo plazo.
En aquel momento, Cantabria había pasado, como consecuencia de su declive económico, industrial y rural, a ser una región de Objetivo 1 de la Unión Europea, es decir, una de las comunidades especialmente necesitadas de ayuda. Nadie discutía la gran prioridad de cambiar y/o modernizar la estructura económica de Cantabria, pues los antiguos pilares del desarrollismo estaban ya agotados. Esta impresión no era de 1997, sino que se encontraba ya mucho antes, quizá una década, pues en 1986 estaba ya advertido en un libro que el geógrafo José Ortega Valcárcel publicó sobre la historia económica contemporánea regional, por encomienda de la Cámara de Comercio santanderina.
Garrido coincidía con la opinión de otros autores sobre la ineludible inserción de Cantabria en la esfera del Gran Bilbao. La falta de buenas comunicaciones a occidente y al sur (entonces no había autovía con Asturias ni con Palencia, pero sí se había estrenado la A-8 Bilbao-Santander) y la concentración demográfica en el cuadrante oriental marcaban una tendencia difícil de resistir. Se proponía, pues, aprovechar la complementariedad del territorio cántabro con el vizcaíno, y hacerlo proactivamente mediante coordinación entre instituciones, entre empresariados, y entre unas y otros cruzadamente. Un cuarto de siglo después, parte de esta idea constituye el ochenta por ciento de la agenda del regionalismo cántabro, si no el noventa y hasta el cien.
En lo sectorial, el ensayo tocaba temas que han sido recurrentes en el debate y en parte siguen pendientes, como atraer inversiones industriales tractoras; fomentar más ampliamente el turismo de cultura, ocio y naturaleza; procurar una mayor transformación local del producto agrario; impulsar la universidad y la formación profesional, sobre todo en el aspecto tecnológico; desarrollar el Puerto con tráficos que aprovechen su disponibilidad de espacio y con la intermodalidad; hacer eficientes los servicios públicos. El tamaño de la autonomía le parecía a Garrido muy a propósito para que Cantabria fuese experimental y pionera en la innovación en políticas públicas. Pero, sobre todo, destacaba un aspecto de método: que instituciones y empresarios formasen un 'lobby' para promover una visión común, trabajar coordinadamente para atraer inversiones y dar estabilidad al plan estratégico con independencia de vaivenes políticos. La colaboración público-privada era el camino. Bilbao, por cierto, lo mostraría en estos 25 años con mucha claridad.
Con posterioridad, se construyó la Autovía de la Meseta y se completó la cantábrica. Se ha empezado con bastante tardanza la mejora del ferrocarril con la Meseta, mientras que con Bilbao no hay nada seguro: necesita financiación europea, no se ha conseguido hasta hoy, y las nuevas rogativas no se aclararán hasta julio de este año. Sea como fuere, obra que iría para muy largo. Mientras, está parado el proyecto de ampliar la A-8 para hacer más fluido el tráfico entre Laredo y Vizcaya. Es decir, a pesar del análisis y de la vocación de península vizcaína, la evolución de las comunicaciones y, en parte también, del relevante triángulo de oportunidad formado por Madrid, Valladolid y Burgos, tiende a corregir hacia el sur la inclinación a oriente. Pero así como en Cantabria hay ideas, o al menos palabras, sobre la vocación oriental, no existe un discurso claro sobre el sur, y desde luego no una política hacia Madrid y los dos centros industriales castellanos.
El método de colaboración público-privada podría clarificar estos dos vectores de fuerza económica para Cantabria. La presencia del profesional limita la tentación del político de vender motos sin ruedas y obliga a una cierta coherencia de planteamiento. A su vez, el político representa democráticamente lo que electorado manifiesta como necesidad práctica, y por tanto el requisito de la acción. Es evidente que un modelo así resulta muy distinto de otro en que las empresas no participan y las administraciones resuelven poco. Que 25 años después tantas ideas sigan vivas es un signo de verdadero pensamiento estratégico. También nos pone ante el espejo de una excesiva dedicación táctica, de regate corto. Pocos planes estratégicos cántabros han pasado de dosier o anuncio oficial. Incluso la orientación a oriente debe reorientarse.
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