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Mañana lunes se conmemora el octogésimo segundo segundo aniversario de la firma del pacto Ribbentrop/Molotov que supuso el detonante para el inicio de la Segunda Guerra Mundial. La historia, que no existe sin memoria, ofrece enseñanzas interesantes que no debemos olvidar. Tal día ... como mañana, lunes 23 de agosto de hace 82 años, los ministros de asuntos exteriores de la Rusia comunista y la Alemania nazi sellaron un acuerdo por el que se repartían el territorio de Polonia. Las dos ideologías totalitarias encontraron un punto en común y aunaron sus fuerzas para imponer la dictadura en Europa.
El contexto es muy importante. En abril de ese mismo año terminaba la guerra civil española en la que tuvieron una importante intervención tanto los países del eje italoalemán como de Rusia y la izquierda internacional. Quienes eran enemigos irreconciliables pactaron con facilidad para apoderarse de un país y con ello iniciar la II Guerra Mundial.
Durante dos años, hasta que Hitler lanza la ofensiva contra Rusia, fascistas y comunistas colaboraron sin obstáculos ideológicos. Los comunistas franceses, un partido con importante implantación, defendieron la doctrina pacifista para debilitar al gobierno galo y a su ejército, facilitando la invasión nazi que culminó en el verano de 1940 con el sometimiento de Francia al control de Berlín.
La Rusia comunista mantuvo las relaciones comerciales con Alemania hasta el mismo día en el que Hitler, sin aviso previo, inició la invasión de Rusia. Los comunistas permanecieron sumisos a las consignas de Moscú, sin importarles ni los intereses de los ciudadanos de sus países ni la predicada incompatibilidad entre el comunismo y el fascismo.
Cuando se recurre a la memoria histórica conviene tener presente todo. Ocultar en el silencio el pacto germano-soviético de 1939 es falsear la historia y tratar de borrar un suceso del que se derivaron millones de muertos y un cambio en el mapa de Europa.
No es ocioso tener presente que los dirigentes comunistas españoles habían salido de España para no caer en manos del ejército franquista y aceptaron sin titubeos esa alianza entre el comunismo y el nazismo.
Si en España aun siguen vigentes los agravios de la guerra civil, con más razón deberíamos tener presente lo ocurrido meses después, con esa alianza entre los supuestamente enemigos irreconciliables. La efeméride de mañana no debe quedar tapada por el manto del olvido, menos aun cuando de aquel hecho se han derivado consecuencias tan funestas.
La memoria no debe ser selectiva y menos aun sectaria. Es necesario encontrar y dar digna sepultura a quienes murieron en la guerra civil. Pero en el mismo nivel mantener vivo el hecho de que dos totalitarismos criminales se entendieron sin que les importara más que las apetencias de sus líderes.
Si los recuerdos son más vivos cuanto más recientes, es necesario incluir en esa demanda de atención a nuestro pasado unos hechos más inmediatos y de extrema gravedad como es el que varios cientos de crímenes cometidos por los terroristas de ETA estén aun sin esclarecer ni ser juzgados. Si es preciso, y lo es, atender a los familiares de los asesinados en y tras la guerra civil, más urgente es activar todos los mecanismos posibles para determinar quienes cometieron asesinatos y atentados hace pocos años. Es evidente que muchos de los presos de ETA saben quienes fueron los compañeros que dispararon contra ciudadanos inocentes o colocaron bombas para segar vidas. A ellos se les debe exigir que colaboren en hacer justicia y que los familiares de los muertos por ETA sepan, al fin, quien fue el autor del delito y que los criminales reciban la sentencia de la justicia democrática.
El pasado no se debe, ni se puede, borrar. Por ello se impone hacer pedagogía con hechos como las matanzas en la guerra entre españoles, el pacto entre Hitler y Stalin o los crímenes del terrorismo etarra que están por resolver. La memoria no es tal si resulta hemipléjica, el pasado debe abordarse de manera integral y en su propio contexto.
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