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Hace muchos años, la actriz Carmen Maura, protagonizó un anuncio televisivo, en el que aparecía repitiendo el eslogan de 'tacita a tacita', para convencer a los espectadores de que, poco a poco, con leve esfuerzo, se podía ahorrar una buena cantidad dinero y así comprarse ... un diamante. El concepto del mensaje es inteligente y eficaz: Los asuntos complejos que no se pueden abordar de golpe (adquirir una costosa joya), salvo afrontar el fracaso, pueden llevarse a cabo en distintas etapas espaciadas en el tiempo. Llevada esa estrategia al terreno de la política, la técnica es sencilla: ampliar el umbral de la resistencia de quienes no aceptan una propuesta hasta que, a través de avances paulatinos y casi imperceptibles, se logre imponer la tesis pretendida para, con los hechos constatados, admitir esa nueva realidad.
'Tacita a tacita' se puede alcanzar una meta que parece imposible. En esa estrategia trabaja, sin pausa, el independentismo catalán, con su compañero de aventura, el PNV y demás independentistas. Quienes han diseñado el plan, que tuvo su origen en Jordi Pujol, lo único que han cambiado del eslogan de la Maura es que en lugar de 'tacita a tacita' resulta ser 'palabra a palabra', o para mejor entenderlo 'concepto a concepto'. El planteamiento es tan sibilino como exitoso, precisamente por ser sencillo y rectilíneo: se modifica el lenguaje, se logra que las palabras dejen se representar determinados conceptos y, de esa forma, se transforma la realidad. Por esa razón, la herramienta esencial del independentismo es el idioma.
En esta nueva etapa de la historia de España, quienes aspiran a disfrutar de la riqueza creada durante generaciones, en base a ostentar privilegios, buscan alcanzar su meta: separarse, para romper la solidaridad y la igualdad y abrir un periodo en el que los más favorecidos no se vean obligados a compartir con quienes han padecido el abandono de los diferentes gobiernos. Y para ello, el hilo argumental se basa en no ir a un enfrentamiento directo, que saben no es posible sostener sin una derrota clara, sino avanzar de manera paulatina hasta que, de facto, sus pretensiones estén logradas, aunque sobre el papel, la legislación diga otra cosa diferente.
El lenguaje es una palanca poderosa con la que esa minoría trata de imponerse a la mayoría. Se utiliza el concepto diálogo, que tiene un significado pacífico, moderado y razonable para imponer una serie de condiciones inasumibles para quienes democráticamente esgrimen su mayoría. ¿Quién puede, con razonamientos viables, oponerse al diálogo? La trampa, en la que caen con frecuencia quienes tienen la responsabilidad de gobernar, es no aceptar el envite y cuando lo hacen equivocar gravemente el punto de partida. El diálogo no solamente debe ser aceptado, sino promovido, porque si se utiliza bien en un elemento para reivindicar principios democráticos indubitados como la igualdad y la solidaridad.
La pugna por imponer un idioma ha sido el instrumento esencial de los independentistas catalanes y los nacionalistas gallegos (apoyados en este asunto por el PP) para avanzar hacia la independencia. Con el idioma como barrera para impedir la movilidad de las personas dentro del territorio español se ha logrado que Cataluña sea una región cada vez más endogámica, a la que no pueden ir a trabajar funcionarios castellanohablantes y en la que los pocos que se mantienen se ven acosados de manera permanente por el gobierno regional de Cataluña. Acabo de escribir gobierno regional de Cataluña, que debería ser la forma oficial de nominar al ejecutivo de esa comunidad, pero, con habilidad, los independentistas han acuñado palabras diferentes para consolidar, por la vía indirecta, su diferencia con el resto de España.
Un proceso similar sucede con la calificación de los partidos políticos. Si partimos de que la ubicación lineal de las ideologías es siempre relativa, ya que el centro dependerá de donde se sitúen los extremos, resulta que en España no se utilizan bien las palabras definitorias. Si partimos de que VOX es un partido de extrema derecha, habremos de convenir que Unidas Podemos lo será de extrema izquierda y que PSOE, PP, Ciudadanos y otros, como bien podría ser el PRC, son formaciones de centro izquierda o centro derecha. Si VOX es cuasi fascista, Unidas Podemos deberá ser filocomunista o directamente comunista. Y luego vienen los partidos independentistas: tanto las agrupaciones catalanas (ERC, CUP, Juntos por Cataluña, etc.) deberían ser catalogados como el nuevo cóctel ideológico emergente: una porción de carlismo identitario, un chorro de racismo insolidario y todo ello envuelto con un papel de izquierda cuasi radical. El caso de Bildu resulta más complicado, porque el reguero de sangre y violencia no se debe borrar, sin que desaparezcan las causas que lo produjeron.
En la diferente percepción que tienen la mayoría de los españoles entre los términos fascista y comunista, podemos ver un ejemplo de la importancia de la pugna por la imposición del lenguaje propio como palanca social y electoral. Los horrendos crímenes del nazismo son de todos conocidos y, en consecuencia condenados con la dureza que merecen. Los crímenes del comunismo, que se prolongaron en el tiempo muchos años más, siguen sin ser admitidos por algunos militantes de izquierda o, al menos pretenden minimizarlos y sobre todo ocultarlos como si no hubieran existido.
En esta nueva etapa política lo que está en juego es una cuestión esencial: el posicionamiento del socialismo español respecto a lo que es España y al modelo socio-económico que regirá en el futuro. Si las dos formaciones básicas de la derecha (PP) y de la izquierda (PSOE), trabajaran al unísono para defender la igualdad de los españoles y el acatamiento de la Constitución, España avanzaría hacia el progreso.
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