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Todo fenómeno tiene efectos colaterales que, como en el caso que nos ocupa, pueden ser más graves que el principal. El efecto central de una pandemia son las muertes de una pequeña, aunque muy sentida, fracción de los infectados. En el caso del coronavirus ... , las consecuencias sociales y económicas van a dejar una huella mucho más profunda en nuestras comunidades.
Estamos viviendo los prolegómenos de una crisis planetaria que ha expuesto a la luz pública severas diferencias entre los tres grandes bloques económicos que nos gobiernan: América, China y Europa. De modo que hoy se hace particularmente difícil hablar de una economía mundial. De hecho, son tres. Dichas diferencias están íntimamente ligadas a sus respectivos talones de Aquiles. En USA, una sociedad profundamente dividida entre cosmopolitas que han liderado el vigente sistema de relaciones internacionales y nacionalistas que rechazan ese modus operandi. En China, un modelo de crecimiento basado en las exportaciones que está pidiendo a gritos un cambio para seguir sosteniéndose. En Europa, un sistema bancario fragmentado en países, con una estructura raquítica a nivel de Eurozona; y, lo que es peor, ausencia de un sistema fiscal unificado que permita hacer frente a los problemas financieros de los miembros más afectados por la crisis, sin que entren en quiebra técnica.
La pandemia ha inflamado los respectivos talones simultáneamente, haciendo muy difícil el funcionamiento de la economía globalizada. Pero el problema viene de atrás. Viene de que, con el fin de superar la recesión de 2008, los gobiernos decidieron estimular las economías mediante créditos de sus bancos centrales (prácticamente a fondo perdido) cada vez que el crecimiento amenazaba con frenarse. Cosa que no ha cesado de recurrir, con otro efecto colateral: los ricos han aprovechado el 'regalo' para hacerse más ricos y los pobres ¡cada vez más pobres! Aunque ahora, con la pandemia, los ricos están sufriendo grandes pérdidas que los bancos centrales tendrán que remediar para que el sistema financiero no colapse. El hecho es que, ahora, cada uno de los tres bloques actúa en modo 'sálvese quien pueda'. Trump ha declarado la guerra arancelaria a sus socios norteamericanos (NAFTA), a la Unión Europea y a China. China ha reaccionado con su propio incremento de aranceles, lo cual anuncia una nueva guerra fría entre los dos bloques. Europa se encuentra en la disyuntiva de tener que elegir entre USA y China, de momento en el infeccioso asunto de la tecnología 5G; pero esto es sólo el principio de una guerra tecnológica en la que Europa posiblemente termine introduciendo su propia tecnología e incrementando sus aranceles.
En medio del desbarajuste del orden internacional vigente ha llegado el coronavirus y (con perdón de la mesa) ha pillado a todos con los calzones bajados. No es de extrañar que los mercados financieros reaccionen con pánico; visto el susodicho panorama, temen que la economía mundial se vaya por el precipicio abajo. La industria y los servicios ya se han parado y el transporte se parará si no hay mercancías que transportar. El consumo mundial de energía se ha reducido en un 30% y estamos viendo el impacto que ello ha tenido en el precio de los combustibles. Los bancos centrales han puesto en marcha la impresora de billetes y están fabricando fondos a tres turnos; pero en lugar de hacerlo mediante un esfuerzo coordinado (como sin ir más lejos se hizo en 2008) cada bloque persigue sus propios objetivos sin que importe el conflicto con los objetivos de los otros dos. Multitud de empresas están técnicamente quebradas, se mantienen vivas por obra y gracia de las ayudas del gobierno. El desempleo alcanza cotas que no se pueden sostener por mucho tiempo. Así que los gobiernos van a desescalar el confinamiento generalizado, literalmente a suerte o a muerte. La pandemia ha forzado una elección entre el funcionamiento de la economía y la muerte en masa; lo cual ha conmocionado profundamente el sentir común de las gentes. Pues, bien, incapaces de coordinarse, no digamos ya a nivel global sino a escala interregional, los países se han visto abocados a enfrentar la crisis principalmente por sus propios medios, renunciando a las ventajas de la más elemental economía de escala, duplicando los costos y los esfuerzos de lo que hubiera sido una actuación bien coordinada. Lo que esto pone de manifiesto (nuevo efecto colateral) es la clamorosa falta de un liderazgo que esté a la altura del problema que confrontamos. Vemos así que cientos de millones de personas, abandonadas a su suerte, tienen que arreglárselas como puedan mientras esperan que un 'deus ex machina' descienda sobre ellos en forma de descubrimiento científico.
Mientras tanto, en España, en lugar de apiñarse alrededor del gobierno para afrontar el desastre, todos parecen empeñados en su desmantelamiento: ¡Qué se hunda el barco para que se ahogue la tripulación! Recurre una vez más en nuestra sociedad a la manoseada imagen del grabado de Goya: la pelea a palos con los contendientes semienterrados en el fango.
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