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Ya quedan lejos los alcaldes quejicas porque la justicia les medio tumbó el cálculo de la plusvalía, la guerra de Afganistán (que se ganó, luego se perdió y al final ni siquiera hubo) y la defenestración del ministro Ábalos, aquel Don Pimpón chuleta. Ya no ... chupa tanto foco el experto en 'pavor-pandemias'. Ahora adquieren protagonismo los fondos europeos, pero dígase con solemnidad: los Fondos Europeos para la Reconstrucción y el Desarrollo, que vienen/no vienen por papelucos que salen/no salen a tiempo, aunque ya sabemos que engordarán al monstruo de las galletas, ese gasto público con el que tan ricamente Santander, la novia del mar, teje espigones y desteje los mismos espigones, en plan Penélope indecisa y manirrota.
Para mí que estamos ante un problema idiomático. En japonés, es 'amaoto' el sonido de la lluvia salpicando el jardín y es 'komorebi' la trama de luz/sombra que dibuja el sol filtrándose entre el follaje de los árboles, es decir, que se describen fenómenos polifacéticos con palabras tan breves como intraducibles. En cambio, nuestro prócer se asfixia largando parrafadas para enmarañarlo todo. Dice: «Exijo más recursos, por responsabilidad y por la deuda histórica, según mi programa electoral y mandato ciudadano, para resolver los problemas de vecinos y de vecinas» ¿Cómo dice todo eso un japonés? Con el adjetivo 'mottainai', que expresa la pena cuando un objeto o recurso se emplea desmañadamente. Sería nuestro «¡vaya desperdicio!», al malgastar algo útil o valioso, como el tiempo o la comida.
Por ahí va la protonterapia, esa invitada escurridiza que consiste en acelerar protones para estrellarlos contra tumores. Esto ya se hace con fotones, pero ¡hay clases! Un fotón es un suspiro peso pluma, así que es fácil darle vidilla empujándolo por un pasillo breve -el acelerador lineal de siempre-, aunque con la pejiguera de que también atraviesa y daña los órganos sanos circundantes. Por comparación, el protón es una bola gorda como las que tiraba Ramiro, y para acelerarlo hace falta una 'meganoria' gigantesca, pero es ventajoso porque golpea al tumor con más exactitud, sin tocar zonas críticas, como pudiera ser el cerebro de un niño (en desarrollo).
¿Qué hay de ella en los grandes centros oncológicos? Busco páginas oficiales de los institutos Gustave Roussy (París), Nazionale di Tumori (Milán) y Karolinska (Estocolmo). El último ni la menciona, el del medio deriva algún paciente a Pavía (45 km) y el primero ofrece un ensayo para comprobar las supuestas bondades en aparatos ¡fuera de Francia! Ninguno publica un presupuesto específico para dotarse de protonterapia.
¡Será por dinero! En España ya operan dos unidades. Están en Madrid y son privadas, pero ahí también cabe una cooperación público-privada ¿no? En lo que se iban construyendo, Andalucía estuvo diez años sopesando otra instalación en Sevilla, con un coste de 56 millones de euros, de los que Europa aportaría 40 ('El País', 30 de abril de 2021). Simultáneamente, rumbosos como somos, discurría otro plan en Córdoba, liderado por la empresa Mevion. ¿Para cuántos enfermos? De creer a la doctora Bayo, jefa de la radioterapia pública sevillana, unos 190 andaluces requerirían protonterapia cada año. A su juicio, derivarlos a Madrid costaría 7,5 millones de euros, mientras que los 16 millones para su nuevo aparato (recuerden, 56 de casa menos 40 europeos), «se amortizarían en dos años».
Queda demostrado que la Facultad de Medicina no enseña Gestión Empresarial, porque la doctora restringe la 'amortización' a la construcción del bunker, ¡pero oiga! ¿Es que luego no habrá nóminas, ni costes operativos, ni de mantenimiento, ni inversiones de mejora, ni tan siquiera el riesgo de que los 190 pacientes sean a la postre menos, si se reparten entre dos aparatos o si la protonterapia no cumple sus expectativas?
La Clínica Quirón empezó en 2019 y, justo al año, afirmaba que había tratado 100 pacientes (de toda España, 60% pediátricos). Personalmente, no encuentro publicaciones científicas que certifiquen su éxito terapéutico, pero sí me topo con varias inconsistencias. Una, que Valdecilla tendría la primera unidad pública por 39 millones de euros para tratar 500 pacientes al año (El Diario Montañés, 30 de septiembre de 2021), cosa extraña si Andalucía preveía 56 millones para 190 pacientes. Otra, que Valdecilla ya no será la única, pues 'Su Sanchidad' ha presumido de comprar diez máquinas en el País Vasco, Cataluña, Galicia, Valencia, Madrid y Canarias, de tal guisa que España adelantaría 280 millones (unos 'módicos' 28 millones por máquina), pero al final los asumiría Inditex. Si tal baile de millones no tiene un pase, que no lo tiene, ya es grotesco no saber de una santa vez para cuántos pacientes y qué tiene de malo lo del Gustave Roussy: ¡derivarlos al extranjero, nada menos!
Los cánceres son enfermedades heterogéneas, con distintas etapas que plantean retos distintos. Está la prevención (incluidas campañas para que el pueblo soberano adelgace y no fume), está el diagnóstico precoz (cribados de mama y colon), están las técnicas de imagen y diagnóstico molecular, está la cirugía robótica, están las terapias de vanguardia (CAR-T para leucemias), está la radioterapia de toda la vida, están la psicooncología y la rehabilitación y la cirugía reconstructora, con sus listas de espera. ¿Dónde está escrito que la protonterapia sea la vedette del Moulin Rouge?
Con todo, el gastizo insiste. No sabe calcular el impacto asistencial del nuevo chamizo, pero ya invoca otro espíritu: la investigación. En verdad, la investigación ya la hicieron Mevion, Hitachi o Varian -las empresas vendedoras-, pero además debo recordarle que el presupuesto de Cantabria para 'Universidades, Investigación y Transferencia' (el ingeniero Zuloaga al frente) es de 95 millones. Restando 86 millones de costes universitarios fijos, la verdadera investigación, entendida como futuro en toda dirección -no solo Medicina-, apenas capta 10 millones. Coño con la vedette.
Menos mal que la protonterapia siempre fue humo, como el AVE, que chocó con la pura verdad: nuestro tamaño/poderío no es infinito. Menos mal que, cantando la canción de Mina (parole huecas), nos libramos del 'mottainai', o sea derrochar sin tino.
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