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Dice Pablo de Tarso (2 Cor 4, 8) «En todo atribulados pero no acosados; perplejos mas no desesperados»; a mi juicio una de las mejores semblanzas de la actitud filosófica ante el mundo. Cuando la perplejidad deriva en desesperación el dogmatismo campa por sus respetos. ... Pero el dogmatismo es lo opuesto a la filosofía, a la cauta confianza en los principios que guían al ente humano ante el presente, en medio de la perplejidad que le produce una y otra vez la realidad. La perplejidad es ingrediente fundamental de la existencia.
El verdadero filósofo, en el sentido más amplio, se regocija ante la rica diversidad de las perplejidades de la vida.
El dogmático, por el contrario, no soporta ser desbordado una y otra vez por dichas perplejidades. Siente que le falla el suelo bajo los pies y se agarra a sus dogmas como a un clavo ardiendo para no caer. A esta especie tan extendida la perplejidad le produce desesperación, por lo que recurre a supuestas «verdades eternas» que le procuran seguridad.
Verdades determinantes, conocimiento incuestionable; lo opuesto a la actitud legítimamente filosófica, siempre dispuesta a dirimir el conocimiento adquirido para aproximarse cada vez más a la verdad. Tarea, esta, interminable, erizada de dificultades, que indefectiblemente lleva a caer en el dogmatismo, a la proclamación de conocimientos espurios, y a arrojar a las tinieblas exteriores a todo aquel que ponga en duda su autoridad. Contradicción fundamental de la condición humana.
La Autoridad está íntimamente ligada a la inseguridad, al miedo a perder el control del entorno en que se mueve el sujeto; y el entorno, como sabemos, se resiste a la domesticación.
Todo ello conduce a una doble realidad que discurre en paralelo: la realidad real, donde rigen las leyes naturales, y una realidad superpuesta donde rigen los dogmas. La primera, en plena contradicción con la segunda. Esta contradicción lleva, de forma ineluctable, a la desesperación, al sentimiento de impotencia; induce la intensificación de los controles. La manifestación del poder deviene la razón de ser del sistema, el cual se hace sentir en todos los aspectos de la existencia. Cuanto mayor es la inseguridad interior mayor es la manifestación externa del poder. Una versión trágica de la ley de las compensaciones. La actitud filosófica intenta paliar y en último término evitar que la autoridad derive en autoritarismo; pero, como podemos comprobar, con resultados bastante dudosos. Algunos ejemplos de ahora mismo:
Rusia. El miedo a la inseguridad que ha producido en los dirigentes rusos la hasta ahora imparable expansión de la OTAN, unido a la realidad de que una significativa cantidad de súbditos de la Confederación Rusa preferirían pertenecer a la 'esfera de influencia' de la
Unión Europea antes que permanecer en la de Rusia, ha sido el combustible que, en primer lugar, ha provocado la invasión de Ucrania. En segundo lugar, la mística imperial.
EEUU. El miedo y la inseguridad que produce a sus dirigentes la pérdida de la hegemonía mundial, de la cual ha venido disfrutando durante el último siglo, unido a la posibilidad de una guerra abierta con China y sus aliados autoritarios le ha llevado, no a negociar un nuevo orden mundial donde China ocupe el lugar que le corresponda sino a reproducir la Guerra Fría que entonces ganó. Por otro lado dichos sentimientos, unidos a la decadencia del sistema político, llevan al partido Republicano a abrazar el autoritarismo en un intento desesperado por salvarse. Por ejemplo, su actitud frente al control de la natalidad manifiesta un rechazo del mundo que les ha tocado vivir y un deseo inconsciente de regresar al seno materno, simbolizado en ese feto que defienden incluso frente a la vida de la madre.
El populismo. Este siente el miedo y la inseguridad que produce comprobar que el sistema está podrido, que los políticos se han desentendido del pueblo y se prestan a todo tipo de corrupciones. Quiere dar un golpe de Estado (real o virtual) y poner en todos los cargos públicos a quienes simpaticen con su causa, haciendo caso omiso de la división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial). Las condiciones están dadas para que una masa crítica de ciudadanos les presten un apoyo ciego.
No es casual que S. Pablo proclamara la ley del amor. Estaba tan seguro del amor de Dios que no tenía ningún miedo a predicar el evangelio de su Mesías a los cuatro vientos. Por no tener no tenía siquiera miedo al fin del mundo y proclamaba que éste estaba muy próximo y, con él, la venida del Mesías y el reino de Dios sobre la Tierra. El triunfo del amor y la paz, Apocalipsis mediante; pero estaba seguro de su Salvación y la de todos los que profesaban la fe en el Mesías.
He hablado más de una vez del «escándalo del cristianismo», pues bien, me refería a esto.
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