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No es difícil encontrar cada mañana al abrir el periódico alguna noticia relacionada con agresiones, propiciadas por un grupo de personas, generalmente de ambos sexos y diferentes edades, que sin más argumentos que una fobia, homofobia, xenofobia, aporofobia, gerontofobia..., agreden de forma violenta a un ... joven, hombre o mujer, normalmente, con una identidad sexual minoritaria, a un anciano, a un pobre, a un emigrante... Dicha agresión casi siempre provoca un cuadro grave de politraumatismos, que demanda urgente hospitalización para su inmediato tratamiento. En ocasiones, este ingreso puede tratarse de una persona en coma, o simplemente ser un cadáver, dada la violencia del ataque.
No es fácil explicar este monstruoso comportamiento humano, y, de forma especial, en una sociedad que se supone está formada culturalmente, y administrada por normas que la permiten entenderse y convivir. Aunque parece que el instinto de supervivencia que anida en nosotros nos exige cierta violencia frente a cualquier circunstancia que sospechemos que es amenazante. Y así lo explica Schopenhauer: lo que empuja a este acto es el hastío, la apatía, la ceguera y sordera emocional.
Personas que yacen en la nada, que carecen de futuro, que superviven anestesiadas, a las que parece que esta serie de ataques les despierta y distrae de su malestar. Esto concuerda con el concepto de la persona de Thomas Hobbes, para el que «el hombre es un lobo para el hombre», su voracidad fruto del sentimiento de supervivencia persiste, brotando atronadoramente de forma ocasional.
Rousseau, sin embargo, habla de que el individuo es bueno por naturaleza, nos asomamos a la vida, y nuestro motor vital es el de poder ser útil a los demás, algo que no concuerda con la actitud que tuvo con sus cinco hijos, que les internó en un hospicio. Es, sin embargo, la sociedad la que nos permite que podamos ser los unos con los otros, que podamos respetarnos y convivir en grupo, y todo ello, como consecuencia de las diferentes normas que nos proporciona. De aquí que nuestras pulsiones, nacidas espontáneamente e instintivamente, cuenten siempre con ciertos límites: los egoísmos, las imposiciones, las injusticias están acotadas.
De todas formas, el individuo está especialmente programado para superar las adversidades, como consecuencia del intento de supervivencia, y no para la destrucción como pasatiempo o divertimento. De aquí que se invoque a que genéticamente se den ciertas formas de ser determinadas, no compatibles con el ser en general, y que ello implique este tipo de comportamientos.
A esto se añade el barniz educacional: son víctimas de una falta de atención o protección, sobre la que además inciden comportamientos sádicos, vejatorios, humillantes y agresivos, que engendran un profundo resentimiento frente a los otros, encauzándoles como venganza en aquellos seres más vulnerables y sensibles, como son las poblaciones de los individuos que hemos relatado.
Esta circunstancia nos exige pensar más reposadamente, además de en nuestras desigualdades sociales, cada día más pronunciadas o separadas por una mayor profundidad, en nuestro sistema educativo, fruto de una falta de acuerdo entre profesionales y políticos. Seguimos con una alta cifra de abandono escolar, no preparamos a nuestros jóvenes para responder a las necesidades empresariales, no se ha establecido una concatenación entre la formación y su demanda, ni tampoco proporcionamos una formación que les capacite especialmente para el emprendimiento. Ello da como resultado un paro juvenil tan exagerado, y que además nuestro capital humano, valioso, por lo que ha supuesto económicamente su formación para la sociedad, su destino sea el emigrar.
No obstante, y de acuerdo con el sistema, parece que lo interesante es que nuestros pequeños de seis años profundicen en su formación sexual, es un área que a los niños les preocupa, de tal forma que, parece que es la protagonista en sus conversaciones de juegos infantiles, su interés es supremo, se pasan el día interesados en el tema, y sus preguntas son una constante. Sin embargo, el esfuerzo, el sacrificio, la renuncia, la perseveración, el razonamiento crítico... no solo no es interesante, sino que un suspenso no es nada que impida el pasar de curso. No es fácil comprender determinadas actitudes por parte de los responsables políticos, da la impresión de que no superaron el bachiller, y que como consecuencia, este y todo su posterior itinerario es banal. Ello explicaría que los asesores de La Moncloa, más de quinientos, muchos carezcan de una formación general básica, y el primer trimestre nos hayan costado más de 27 millones de euros. No sé lo que supondría si a estos euros les sumamos el correspondiente a las diputaciones, gobiernos autonómicos, ayuntamientos, cabildos... En total más de 20.000 asesores.
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