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El apocalíptico siempre juega con ventaja. Si sobreviene el apocalipsis, nos recordará: «¡Ya os avisé yo y no me hicisteis caso!» Y si no sobreviene, argumentará: «¡Gracias a que os avisé, que si no…!» O más astutamente, como los demagogos cuando están en los gobiernos: « ... Esperad otro año y veréis…» El apocalíptico no puede equivocarse jamás. Su contrario es el optimista de Leibniz, que reputa el presente como el mejor de los mundos posibles, y si no lo parece es porque no estamos en la pomada de la Providencia o somos teológicamente de la oposición.
Cosa distinta es un pronóstico científico, del tipo «El asteroide Pichucas E222 caerá el miércoles sobre la punta de Oyambre». Todo el esfuerzo de las ciencias se dirige a poder hablar de los fenómenos como de este Pichucas cósmico, que podrá verificarse o desmentirse (quizá caiga en Sonabia). Por ejemplo, sobre calentamiento global; o las consecuencias del tabaco para la salud. En el campo social, ha interesado mucho la prognosis económica y política. Para esta, por desgracia, apenas se han inventado las encuestas, y hasta el propio Tezanos, chamán del CIS, protesta que él no es un adivino; por eso sigue haciendo unas encuestas carísimas cuyo valor predictivo es nulo. Ha descubierto el concepto de inutilidad marginal: cuánto se incrementa la confusión por cada euro adicional invertido. Esto Leibniz lo sacaba con sus ecuaciones.
Pero la economía es lo que más acucia. ¿Qué hará la Bolsa? ¿Hasta dónde escalará el precio de las berenjenas? El propio sistema se basa en augurios sobre próximas cosechas, ventas, beneficios. Hay épocas en que el hoy vive del ayer; la nuestra, siempre del mañana. Es una bolsa de cotización de futuros, crecientemente impredecibles.
Los rusos han bombardeado la recuperación pospandémica. Durante mucho tiempo, la combinación de escasez de materias básicas, restricciones comerciales de origen político y aumento de gastos militares, junto con las llamadas de los halcones a estabilizar las cuentas públicas de la Eurozona, van a complicar nuestra existencia. El Pichucas E222 cayó en Ucrania y la onda expansiva no se disipará tan pronto. Tampoco en Cantabria.
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