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El portal digital de la Harvard Medical School en educación para la salud ha publicado dos artículos recientes, muy interesantes, sobre el efecto placebo. Como usted recordará, consiste en que el paciente se siente mejor aunque le hayan dado, no una pastilla de verdad, sino una totalmente neutra. Evidentemente, el placebo no puede erradicar la base de la enfermedad, pero la reacción de nuestro cerebro ante el placebo sí puede actuar sobre los síntomas. Más extraordinario todavía: en personas afectadas por jaquecas a las que se proporcionaron píldoras que explícitamente estaban rotuladas como 'placebo', un 50% se encontró mejor; es decir, el efecto placebo no desaparece del todo, aunque sepas que es una pastilla 'fake'.
El profesor Ted Kaptchuk, experto de un centro sanitario adscrito a Harvard, cree que el 'ritual' desempeña ahí un papel importante (es decir, el gesto de tomarse la pastilla en un entorno médico determinado, etcétera). Además de las píldoras, este efecto, que consiste en una elevación del nivel de las sustancias del bienestar, como las endorfinas y la dopamina, podría ser logrado por otro tipo de gestos, como la meditación, el yoga, relaciones sociales de calidad, una nutrición correcta. «El efecto placebo es la manera que tiene el cerebro de decirle al cuerpo lo que necesita para sentirse mejor», dice Kaptchuk.
En mi opinión, el efecto placebo es fundamental para el funcionamiento de los sistemas políticos, y en especial los democráticos, que idealmente (con esa presuposición idealizante de la que siempre ha hablado Jürgen Habermas) se basan en que los votantes toman decisiones racionales disponiendo de información suficiente, pero realmente funcionan con decisiones emotivas a partir de un desconocimiento considerable (de todos nosotros). Es decir, en los sistemas políticos, el conocimiento llega tarde casi siempre. Como en Hegel, la lechuza de Minerva emprende el vuelo solo al final del día, con todo el pescado vendido. Por ello la mayoría de los mensajes políticos que circulan en la esfera pública no son sino placebos, debidamente ritualizados. Pero los placebos no curan realmente la enfermedad, solamente amortiguan los síntomas. Y si te estás quemando y un placebo te lo suaviza, no te está haciendo ningún favor, porque en vez de reaccionar te quedarás tan tranquilo hasta que te quemes del todo. El dolor existe porque es informativo de un problema y pide solución.
También en la sociedad. Observemos dos noticias de esta semana. La primera, que, de los 237 millones prometidos a Cantabria en los Presupuestos del Estado de 2021, solo se gastaron 121 millones, es decir, la mitad. Esto no es precisamente ni cumplir compromisos ni trabajar por la recuperación económica y laboral de una región. Y es un gobierno al que se le supone aficionado al gasto público, de gatillo fácil en pro de lo redistributivo y los servicios públicos. Pues bien, gasto público: 50% de lo dicho. Sin embargo, aquí interviene el efecto placebo, de modo que, como nominalmente son 'progresistas' ideológicos, esa identidad puede aliviar la reacción natural de irritación en la comunidad autónoma ante semejante situación. Todo el debate de 2020 sobre las consignaciones presupuestarias para 2021 fue una comedia bufa, a la vista de que la ejecución real ha sido un recorte de cerca del 1% del PIB en un año (nos darán la medalla de oro del Bundesbank cualquier día).
Segunda noticia: el Gobierno de Cantabria ha terminado el primer trimestre, según la Intervención General del Estado, con un superávit de 62 millones de euros. El año pasado por esas mismas fechas registraba un déficit de 18 millones. Es decir, su posición ha mejorado en 80 millones de euros, y esto mientras la ciudadanía masculla en el mercado, la gasolinera y ahora también el banco hipotecario. El Parlamento regional acaba de aprobar una rebaja de medio centenar de tasas, por importe de unos pocos millones de euros, para los sectores más afectados por lo de Ucrania. Esto es lo que podemos considerar un 'placebo' político. De su mejora de 80 millones, la autonomía le cede un trocito a la ciudadanía. Con ese gesto ritual, parece que deberíamos sentirnos mejor.
Pero la enfermedad real permanece. Si las administraciones estuvieran haciendo un esfuerzo verdadero por negocios y familias, ni dejarían el 50% del presupuesto sin ejecutar, ni presumirían de superávit ninguno. Al contrario, gastarían todo lo previsto e incluso un poco más. Así las palabras sobre «no recortes» o «lo público» o «apuesta por» no son más que placebos encaminados a liberar endorfinas del votante, mientras la realidad es el recorte y la pérdida de oportunidades, cuando no la pura ineficacia administrativa. Aunque, mire, si quita la jaqueca...
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