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Leo que un joven extranjero ha muerto. La primera impresión es que murió desfallecido, de hambre, agotamiento, o en todo caso, de pobreza. Tal vez saldrán ahora quienes dicen que en España nadie muere de hambre, que se drogaba, que ayer había tomado sopa; que ... fue mala suerte, o un aneurisma. Tal vez. Pero, probablemente, la muerte de hoy es solo el final de una cadena de pequeñas muertes, fracasos y derrotas. De quien emigró huyendo de la pobreza para encontrarse con más pobreza y soledad. Ayer volví a ver a Antonio. No sé, me impresiona mucho su mirada, abatida, triste, de petición. Me lo encuentro con frecuencia por el centro. Siempre con un gesto sencillo, con su mano dispuesta. Rostro de necesidad. Mano que pide sencillez. Gesto suplicante. Algo de esto tiene vivir desde la limosna.
Joseph Wresinski, un sacerdote francés quiso ser el altavoz de las personas más pobres con las que trabajaba cada día y llevar hasta la ONU la denuncia de que la pobreza está íntimamente ligada a los derechos humanos. Y es precisamente por él y por esta causa, que cada 17 de octubre, desde 1992, se celebra el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Hoy día, 800 millones de personas aún viven con menos de 1,25 dólares al día y la realidad actual muestra que 1.300 millones de personas siguen viviendo en la pobreza multidimensional, siendo casi la mitad de ellas niños y jóvenes.
Erradicar la pobreza es también devolver la voz, respetar, acoger, mirar, escuchar, tocar, no hacernos indiferentes a tanto sufrimiento y acercarnos, para transformarnos y transformar esa realidad. Podemos imaginarnos, soñar, hacer un mundo más fraterno.
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