Podrían ser nosotros
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HIC SUNT DRACONES ·
Los chinos ansían poder trabajar, comerciar y hacer negocios de manera normalEl mismo día en que medios de comunicación de todo el mundo se hacían eco de las manifestaciones de protesta ciudadana acontecidas en varias ciudades de China, yo enviaba a mi editor la corrección final del manuscrito en el que llevo trabajando los últimos meses ... y que se publicará el próximo Febrero. Confío el paso del tiempo trate dignamente a mi libro y, para ello, me he enfocado en patrones consistentes, megatendencias y, en fin, todo cuanto no es coyuntural a la hora de comprender el mundo achinado al que nos dirigimos. Por eso, apenas incluye referencias a la política Covid Cero, a la ralentización de la actividad económica que estas políticas llevan generando a lo largo de todo el año ni a lo que China ha cambiado desde el comienzo de la pandemia. No creo que nada de eso vaya a 'mover la aguja' de la Historia. Aun así, la inevitable tentación de –al menos– mencionar estas revueltas por su eventual escalada, me hizo dudar en el último momento antes de adjuntar el documento y enviarlo. Pero no.
Leyendo la prensa internacional pareciera que la chispa de una revolución en ciernes acabara de encenderse. Yo no estaba en Shanghai, por lo que no puedo contar de primera mano lo que sucedió en ese cruce pero, en realidad, apenas unos cientos de personas (de los casi 27 millones que habitan la megápolis) vio con sus propios ojos lo que pasaba. La vida en Shanghai (a sólo dos manzanas de donde tuvo lugar la manifestación) seguía (y sigue) transcurriendo con absoluta 'normalidad' (con el entrecomillado que exige vivir bajo unas exageradas medidas de control y aislamiento que, casi tres años después de declararse la pandemia, ya pocos comprenden y prácticamente ningún otro país del mundo mantiene). Si a principios del 2021 yo titulaba una tribuna de opinión 'Podríamos ser nosotros', con envidia por las eficaces medidas adoptadas por China, hoy las tornas han cambiado.
China es una caja negra envuelta en cortinas (extremadamente opacas) y protegida por múltiples capas cifradas en la que, casi nunca, se sabe a ciencia cierta qué pasa, cuál es la envergadura de los acontecimientos que afloran ni cómo interpretarlos. La información que nos llega de China suele estar distorsionada pues, incluso para los propios periodistas allí destacados, es difícil esclarecer qué está sucediendo en realidad. Aunque infrecuentes, las protestas ciudadanas en China siempre giran en torno a lo monetario y las reclamaciones políticas son insólitas. China es hoy una nación de empresarios y comerciantes frustrados al ver cómo, en el último año, su economía se ha debilitado y las tasas de paro juvenil se disparan, mientras el resto del mundo recupera el pulso. Lo que los chinos realmente ansían, tras casi tres años sin poder trabajar, comerciar y hacer negocios de manera normal, es eso. La población china hace meses que ha pasado del miedo al virus al miedo a unas medidas de control del virus desproporcionadas y carentes, en ocasiones, de toda lógica o humanidad. Muchos están (con buen motivo) cabreados, frustrados y agotados. A esto hay que añadir corruptelas y escándalos de negocios fraudulentos al calor de la política Cero Covid. Para colmo, desde hace un par de semanas, los chinos ven a diario cómo miles de personas de todo el mundo, sin mascarilla, se divierten en los estadios de Qatar mientras animan a equipos de fútbol en los que, jugadores que ya enfermaron de Covid, compiten ahora sin aparentes muestras de debilidad ni secuelas. Los chinos se preguntan ¿y por qué nosotros no podemos convivir con el virus? El gobierno ha tomado nota.
Yo no creo que se esté larvando movimiento de revuelta alguno ni que se haya fracturado el contrato social (tácito) que legitima el gobierno del PCCh (donde el pueblo no elige a sus gobernantes pero estos garantizan prosperidad económica, seguridad física y defensa a los ciudadanos a cambio de poder). El apoyo a Pekín sigue siendo sólido y mayoritario. Mi temor no es que estas protestas escalen sino que Pekín, conforme gana poder, caiga en la creencia errónea de su infalibilidad (la 'hibris' griega), radicalizando su nacionalismo. Un nuevo confinamiento duro (como el que vivió Shanghai esta primavera) probablemente sí desencadenaría un clamor difícil de controlar. El día en que decenas de miles de ciudadanos tomen el Bund shanghainés, la Plaza del Pueblo o se manifiesten en un lugar realmente emblemático, me preocuparé. Eso, a día de hoy, es ciencia ficción. Las protestas de la semana pasada, pese a minúsculas, resultan efectivamente reveladoras, insólitas y muy llamativas pero quien crea que el sistema se tambalea o que Pekín teme la escalada que pueda generar una docena de centenares de personas levantando folios en blanco en varios puntos del país, no conoce China. El PCCh está muy lejos de perder el favor del cielo.
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