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La publicación en 2010 de la 'Ortografía española' por la RAE y Asale constituyó un hecho de capital importancia para la lengua española porque introducía normas ortográficas nuevas al tiempo que modificaba otras existentes. Sin embargo, algunas fueron muy cuestionadas e, incluso, rechazadas en diferentes ... ámbitos del español. Posiblemente, la negativa a dejar de tildar el adverbio 'solo' haya sido la más destacada y la que ha resurgido con fuerza este verano en varios medios de comunicación y en las redes sociales. Quienes la defienden alegan que la tilde diacrítica en 'solo', cuando es adverbio, se hace imprescindible para diferenciarlo del adjetivo 'solo', y, además, recurren a la tradición, insisten en que es una norma muy arraigada en el español (recuerdo a una profesora que, al finalizar un curso que impartía a docentes sobre las nuevas reglas, me aseguró que seguiría enseñando a sus alumnos las normas que a ella le habían enseñado, entre las cuales se encontraba esta). Por el contrario, quienes no lo consideran necesario, como el académico y lingüista Salvador Gutiérrez Ordóñez, argumentan que al tildarlo incumple una norma ortográfica básica (no se acentúan gráficamente las palabras llanas terminadas en vocal, -n, -s), así como la característica principal que rige el empleo de la tilde diacrítica: diferenciar palabras tónicas de átonas, puesto que ambas son tónicas. Además, proponen mecanismos para reconocer la función adverbial como la sustitución por 'solamente' o 'únicamente', cambiándolo de lugar, o deduciéndolo por el contexto. También sostienen que tildarlo obligaría a hacerlo en decenas de palabras que se encuentran en idénticas circunstancias, y eso provocaría más confusión. Y así seguimos diez años después, enredados en una polémica con posiciones enfrentadas y desconcertando a millones de hispanohablantes que no saben a qué atenerse.
Pero la oposición a aceptar esta norma es una más de las que ha habido desde la publicación de la 'Orthographia española' por la RAE en 1741. Desde entonces, en numerosas ocasiones, se han rebatido reglas y se han presentado propuestas para reformar el sistema ortográfico del español. Fue muy importante la del lingüista venezolano Andrés Bello, quien publicó, en el siglo XIX, una ortografía muy innovadora que pretendía ser fiel reflejo de la pronunciación. Fue asumida por varios países hispanoamericano y estuvo oficialmente vigente en Chile desde 1844 hasta 1927 en que su Gobierno decidió volver a la ortografía de la RAE para recobrar la unidad ortográfica del mundo hispánico. Con el mismo objetivo que Bello, el poeta Juan Ramón Jiménez aplicó una reforma a su obra que justificó así: «Se me pide que esplique por qué escribo yo con jota las palabras en «ge», «gi»; por qué suprimo las «b», las «p», etc., en palabras como «oscuro», «setiembre», etc., por qué uso «s» en vez de «x» en palabras como «excelentísimo», etc. Primero, por amor a la sencillez, a la simplificación en este caso, por odio a lo inútil. Luego, porque creo que se debe escribir como se habla, y no hablar, en ningún caso, como se escribe. Después, por antipatía a lo pedante». El escritor Gabriel García Márquez, en el I Congreso de la Lengua Española en Zacatecas, arremetió sin miramientos contra la ortografía 'tradicional': «Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra uve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?». Las tres propuestas de reforma fueron de gran calado, suponían una transformación enormemente ambiciosa del sistema ortográfico del español, pero se quedaron en eso, en proyectos que no cuajaron a pesar de estar bien argumentadas ortográficamente.
Sin embargo, la solución al 'conflicto' no se puede plantear únicamente en el ámbito ortográfico, hay que enfocarlo también desde la perspectiva de la unidad de la lengua. El valor más reconocido del español hoy es su diversidad, al tiempo que mantiene una fuerte unidad, y eso se debe al papel que desempeñan la RAE y Asale. Como manifestó el académico y escritor José María Merino a este diario «La RAE -con todas las demás academias de la lengua española, que estamos fraternalmente unidas- intenta que esta lengua que hablamos ya 600 millones de personas no se descomponga». Por eso incumplir una norma puede sentar un precedente que incite a actuar de la misma manera en situaciones semejantes, algo nefasto para la unidad del español. Es un hecho que se debe evitar porque el futuro del español lo exige, sobre todo cuando hay razones ortográficas y culturales para ello. Así está la cuestión, hispanohablantes, juzguen y decidan ustedes.
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