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Poner el partido por encima del país» es una expresión que los americanos acuñaron hace ya mucho tiempo (el propio George Washington aludió a este peligro), pero que lejos de haber perdido vigencia vuelve a escucharse en la opinión pública, como queja ante uno de ... los mayores males que asolan al sistema político vigente en nuestros países. Así pues vuelvo sobre el asunto. El mayor problema ha dejado de ser que, efectivamente, nuestros políticos practican esa máxima de forma sistemática y cada vez con mayor frecuencia, sino que los medios de comunicación se han contagiado y ahora es el público en general el que lo condona y legitima como herramienta de la lucha por el poder. Al punto de que la gente lo utiliza en los mentideros de las redes sociales con igual o mayor desvergüenza. Síntoma de una degradación del sistema que no parecemos tomar en cuenta, mientras caminamos sonámbulos hacia el borde del abismo. Esta vez la alarma me ha soltado porque uno, que es poco amigo de las redes sociales pero que participa en algún grupo por razones de amistad, se encuentra de manos a boca con que entra al trapo ¡Qué horror! Ello significaría que el cáncer del sistema ha llegado a sus mismísimos huesos. Dan ganas de decir «apaga y vámonos»; pero un amigo me dijo «no tires la toalla» y ahí sigo, con más moral que el Alcoyano. Hablo de un grupo que no va más allá de veinte personas y en el que los participantes activos se cuentan con los dedos; pues bien, me encuentro con preguntas retóricas que obtienen respuestas concertadas, hasta constituir una auténtica campaña orquestada que puede extenderse durante toda la legislatura. El modelo aplicado, consciente o inconscientemente, es obvio e indicativo de que el contagio se ha convertido en epidemia. Cuando lo que es de esperar en el Congreso de los Diputados y en los medios partidistas se encuentra en la intimidad, se disparan las alarmas.
Hay en Estados Unidos un instituto público que ha establecido un premio para honrar a aquellos políticos y comunicadores que ponen la verdad y la honestidad por encima de los intereses del partido en el que militan o del medio para el que trabajan. Este año han premiado a la republicana Liz Cheney, por haber denunciado la falsedad de la campaña trumpista respecto al supuesto robo de las elecciones; y a Chris Wallace, director de un programa de análisis político que hace lo propio en la cadena Fox, bien conocida por dar pábulo a todas las teorías conspirativas del trumpismo.
Preguntados por sus méritos, éste último contó que cuando le paran por la calle para felicitarlo por su sobresaliente ejecutoria en defensa de la verdad, se entristece profundamente. Recordó que cuando empezó a ejercer el periodismo hace 50 años la veracidad de la información era la condición imprescindible para mantener el puesto de trabajo, razón por la que él lo practicaba para no perder la fuente de ingresos que sostenía a su familia. Comprobar que hoy esa actitud se premia como algo verdaderamente excepcional le produce escalofríos... y miedo a perder el puesto de trabajo por las razones opuestas. En cuanto a Liz Cheney, que por este motivo está a punto de perder su escaño en el Senado de Estados Unidos, el mejor trampolín para acceder a los más altos cargos de la Administración, explicó que ella ha denunciado la campaña trumpista que culminó en el asalto al Congreso del 6 de enero porque cree que su partido va a la autodestrucción. Se niega una evidencia que está a la vista de todos y no engaña sino a los que están interesados en mantenerse engañados. No hay cosa peor para la gente del común que sentirse engañada.
Evidentemente ambos son conscientes de lo excepcional de su actitud y se alegran de verse reconocidos, pero denotan que la norma se ha convertido en excepción. Si esto no se remedia se condena al sistema, que ha de ser postergado y reemplazado por otro que responda mejor a las necesidades de los gobernados. Si la metástasis del cáncer ya ha tenido lugar es muy difícil si no imposible revertir el proceso. Por otro lado, al actual sistema le ha salido una alternativa que estaría demostrándose más eficaz y estable: el sistema autoritario abiertamente exhibido por China y disfrazado de democracia iliberal por países como Filipinas, Brasil o Hungría; a los que hacen inquietantes guiños Johnson, Trump y variados imitadores de la UE. O sea, que no quedaría ni siquiera el consuelo de que la democracia liberal siga adelante por ser el mal menor. Aquello de que «es el peor sistema si se exceptúan todos los demás» ha dejado de funcionar. Las circunstancias han cambiado.
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