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Recientemente, en este mismo periódico, podíamos leer en un amplio y magnífico reportaje el problema que representa para muchos de nuestros pueblos, y sobre todo para quienes en ellos viven, la creciente población de lobos y la decisión del Ministerio de Transición Ecológica de prohibir ... las batidas que para su control preveía hacer la Consejería de Medio Rural, ya que, aseguraba el Ministerio, su control podría hacerse abriendo la vía de la extracción en vivo de algunos de ellos. A tal efecto decía el consejero, con toda la razón, que le diesen la dirección postal a la que debía enviar los ejemplares vivos, o al menos la provincia y parque, incluido el propio Retiro en Madrid, en donde tales ejemplares podrían vivir y en los que los defensores de tales medidas podrían disfrutar de los mismos.
Nadie pone hoy en duda la necesidad de proporcionar el adecuado bienestar a los animales, tanto sean éstos los domésticos que criamos para satisfacer nuestras necesidades como los que tenemos de compañía o para nuestro ocio. Ese es un deber que tenemos también con los que viven en libertad, pero que por la peligrosidad que entrañan muchos de ellos exige un control de su población que evite la continuada matanza de animales domésticos y, por supuesto, riesgos para las personas, pues éstas, mal que les pese a algunos, deben gozar del primer nivel de protección y, por tanto, los derechos de los mismos deben primar sobre los reconocidos a aquellos.
Y es que no deja de resultar paradójico el sentimiento de dolor que algunos muestran cuando conocen la muerte de un animal salvaje y la nula muestra de empatía por los animales domésticos que aquellos matan o dejan malheridos. Es cierto que tal actividad depredadora tiene un fin fundamental, como es lograr el alimento que precisan para subsistir, tanto ellos como los que de los mismos dependen, pero, lógicamente, tan primaria finalidad seguramente no sea justificación suficiente para sus indefensas víctimas que considerarán, desde su deseo de vivir, y de hacerlo además sin miedos ni sobresaltos, que ellos no tienen porque ser los paganos, pues por su natural pacifico y por haber perdido el hábito de defensa que la vida en libertad exige a todo ser para poder subsistir carecen de la capacidad necesaria para organizar su propia seguridad.
A lo anterior hay que sumar el impacto emocional que al decir de los expertos -y en esta materia los mayores expertos son los propios ganaderos- el ataque a un grupo de animales domésticos deja en los que quedan vivos, pues muchos son los abortos que luego se producen entre los que estaban en gestación, como las pérdidas de otro tipo más difícil de cuantificar.
Todo ello tiene, como es lógico suponer, una incidencia grande en la economía del ganadero afectado, el cual, en el mejor de los casos, solo verá compensadas las pérdidas más directas, como son los animales muertos, siempre que tal hecho sea posible demostrarlo fehacientemente. Más difícil será, sin embargo, que pueda resarcirse de las demás pérdidas que el ataque del lobo pueda producirle, entre las que están, lógicamente, la exigencia de mayores medios para garantizar la seguridad de su ganado así como una mayor atención y tiempo dedicado a tal finalidad.
Hasta ahora hemos considerado solo la seguridad de los animales domésticos, pero ¿y la de las personas?
Muchas son ya las ocasiones que los medios de comunicación nos hablan de ataques de lobos en las proximidades de algunos de nuestros pueblos y del hecho de que desde sus viviendas pueden ver merodeando por sus alrededores alguno de tales animales. En estas condiciones, ¿que confianza puede dar a sus habitantes salir de sus casas y, mucho menos, dejar que sus niños correteen libremente fuera de su vista o que se trasladen solos desde un lugar hasta otro?
Nuestros pueblos se están despoblando y, por ello, son constantes las voces que dicen que hay que tomar medidas para revertir tal situación. Desde luego no parece la más adecuada para lograrlo la adoptada por el Ministerio para la Transición Ecológica, motivo por el que quizás, siguiendo el razonamiento de nuestro consejero, haya llegado la hora de pedir a la ministra, y a quienes con ella hacen una defensa del lobo por encima de los habitantes del mundo rural, den ejemplo poniendo un lobo en los alrededores de su casa y en los parques de su ciudad o, en caso contrario, vengan a vivir a los pueblos que pronto van a quedar vacíos y en los que podrán disfrutar de la compañía de tal animal.
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