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Populismo del 'bueno'

Los dos partidos extremistas pueden sumar entre ambos hasta un 30% del electorado. Rebajar esa cifra es de la mayor importancia para PP y PSOE

Lunes, 20 de julio 2020, 07:21

Partamos de la base de que el populismo me parece, a la vez, el talón de Aquiles de la democracia y condición 'sine qua non' de su existencia. Se supone que la democracia representativa es la fórmula para proteger susodicho talón: el votante elige a los políticos cuyos conocimientos y experiencia se ajustan mejor a la defensa de sus intereses, y los representantes actúan teniendo a sus representados en mente, aunque según su mejor saber y entender. El problema es que la mayoría de los votantes no suele pensar en sus intereses y valores a la hora de emitir un voto mayormente emocional, y los representantes dan prioridad a las consignas de su partido de cara a mantenerse en el poder o conquistarlo. Motivos por los cuales el populismo irrumpe de forma ineluctable en el devenir de los acontecimientos políticos.

La ideología de todo movimiento populista ha construido en su centro lo que los estructuralistas llaman un 'conjunto vacío', una especie de recipiente simbólico donde caben todas las reivindicaciones de las clases medias y trabajadoras que, de esta forma, se sienten representadas. Ahora bien, cabe aquí distinguir un populismo 'bueno' de otro 'malo'.

El populismo 'malo', manipula aquellas reivindicaciones agrupadas en su conjunto vacío para asaltar el poder, desmontar el sistema vigente, e instaurar en su lugar un sistema autoritario. Una dictadura en forma de democracia popular, en el caso de la izquierda radical, o bien en forma de democracia liberal, caso de la derecha radical. En resumidas cuentas, lo plantean en términos de guerra civil. Este populismo es objeto de las denuncias de los partidos moderados, de las organizaciones empresariales, de los sindicatos mayoritarios, y demás instituciones de la sociedad civil. El populismo 'bueno' es reformista, no revolucionario. En su conjunto vacío encontramos una serie de ideas fuerza: energías renovables; transporte con motores eléctricos, bicicletas, etcétera; eliminación de los combustibles fósiles; renta mínima vital; feminismo; multiculturalismo; integración de inmigrantes; europeísmo; justicia social... Resumiendo, el sistema democrático tiene que convivir con el populismo como una de las características que lo constituyen. La clave está en controlar el grado y la naturaleza del mismo, de modo que no se desborde y termine degradando la democracia representativa hasta hacerla irrecuperable. El Gobierno español tiene a este respecto la tarea de controlar el populismo de Podemos, por la izquierda, el de Vox, por la derecha, y el del independentismo catalán, por ambos lados. En cuanto a Podemos, la estrategia de Sánchez la describió muy gráficamente el presidente americano Lyndon Johnson: «Prefiero tenerlos dentro de la tienda de campaña meando hacia fuera, que fuera meando hacia dentro».

«Mientras PP y PSOE utilicen el independentismo para beneficiarse como partido, los independentistas harán de su capa un sayo»

Podemos mete mucho ruido de cara a la clientela, pero sus ministros se comportan civilizadamente a la hora de aplicar las políticas acordadas en el consejo de ministros. El caso de Vox es más problemático porque al PSOE le animan dos intereses contradictorios. Por un lado quiere frenar los planteamientos guerracivilistas de Vox para lo cual la estrategia clásica, asociarlos con el franquismo y los movimientos europeos de derecha radical, funciona razonablemente. Pero del mismo modo que el PP le dio alas a Podemos para debilitar al PSOE, el PSOE le ha dado alas a VOX. El resultado es que hoy nos encontramos con dos partidos extremistas que entre ambos pueden sumar hasta un 30% del electorado. Rebajar esa suma es de la mayor importancia para PP y PSOE: pero mientras el objetivo sea reducirla en su propio campo y aumentarla en el ajeno, ambos extremismos seguirán gozando de bula para hacer de la capa un sayo.

Nos queda el independentismo catalán. Sánchez juega aquí con el miedo al coco (un gobierno del PP) para conseguir que le sigan apoyando en los momentos decisivos. Lo cual le está funcionando sólo hasta cierto punto, y se diría que de forma insuficiente. El independentismo quiere la autodeterminación y ésta pasa por conseguir que, como en el país vasco, les vote más del 60% del electorado; lo que a su vez depende de que al gobierno central le vaya francamente mal («cuanto peor mejor»). El apoyo del independentismo va a chocar siempre con este límite. De nuevo, aquí, mientras PP y PSOE utilicen el independentismo para beneficiarse como partido y perjudicar al contrincante, es decir, hasta que PP y PSOE no se pongan de acuerdo para considerar dicho conflicto como 'asunto de Estado', comprometiéndose a no utilizarlo como arma en la campaña electoral permanente a que nos tienen sometidos, hasta ese momento los independentistas seguirán haciendo de su capa un sayo. Para los no familiarizados con el refranero español: seguir haciendo su santa voluntad en Cataluña, verdadero objetivo de los neo-independentistas.

Al que ahora le toca tomar la iniciativa es a Sánchez. Es el gobierno el que tiene que hacer maravillas para conseguir el consenso de la oposición. Eso, Lyndon Johnson, en tantos aspectos un impresentable, supo hacerlo muy bien. Esperemos que Sánchez siga tomando nota.

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