Portavoces y protagonistas

En el campo político el caso de Cayetana Álvarez de Toledo ha sido muy revelador porque conjuga ese ramillete de conceptos que acaban por arrastrar a su protagonista, a su jefe y a la institución que representa y pretende defender. Quedar bien, mostrar superioridad intelectual, personal o profesional, no siempre es la mejor receta para un portavoz.

En otro ámbito, el ascenso y caída del antiguo jefe de Gabinete de Moncloa es un ejemplo de cómo a los jefes les gusta poco que los suyos brillen más. En la actividad de un dircom hay un punto que no siempre es fácil medir, como la temperatura del horno en la repostería o de las brasas en los asados. Es ese punto que va de lo necesario a lo vanidoso.

Los dos perfiles citados tienen en común algo que los profesionales de la comunicación institucional deberíamos saber y aplicar: cuáles son nuestros límites profesionales; dónde está el punto a partir del cual ya no somos especialistas; cómo debe orientarse nuestro trabajo... Porque a partir de un cierto nivel de complejidad, un asesor de comunicación tiene opinión, quizás criterio, pero no conocimientos. Por ello necesitamos fomentar un tipo de preparación que nos haga más útiles a las organizaciones a las que servimos.

En un entorno profesional hipertransparente y efímero la soberbia profesional es la tentación del portavoz, la vanidad es su pecado y la vergüenza y el olvido, su penitencia.