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Aún es pronto para hablar de la pospandemia, aunque nunca viene mal anticiparse al futuro. La amenaza del coronavirus continúa viva y latente. Pero la Semana Santa, al margen de sus simbolismos religiosos, siempre marca el final de una nueva etapa en nuestras vidas ... y genera la ilusión de nuevas ideas y proyectos para la siguiente. Esta tradición se acentúa este año con la esperanza que crean las vacunas contra el covid-19 y la necesidad que todos sentimos de hacer un punto y aparte. Son días de recuperar ilusiones y disfrutar de la convicción de que todo tiene su final y su principio, que es el que empieza a preocupar. El final de la pandemia está en manos de las autoridades, de los expertos y de nosotros mismos, los ciudadanos que nos olvidamos a menudo de nuestras responsabilidades.
Es el momento de acelerar las vacunaciones, de invertir en ello el mayor esfuerzo económico y social. Y, por supuesto, es imprescindible que nos mentalicemos de que la pandemia nos exige por nuestra parte algo más que cumplir la obligación de salir a la calle con mascarilla y respetar las medidas contra los contagios. Pero también es el momento de empezar a plantearse otras cuestiones. La primera, quizás, una que la historia nos enseña.
Comienza un después en que tendrán que cambiar y modificarse muchas cosas, empezando por nuestros hábitos y costumbres. Y hay que aceptarlo. Echando la vista atrás vemos cómo en situaciones parecidas de cambios nuestros antecesores se han resistido a aceptarlo. Ocurrió ya cuando se inventó la rueda. Hay que adaptarse a lo que viene, empezando por los avances tecnológicos o la realidad del teletrabajo y el pragmatismo económico frente al populismo y el utopismo.
La evolución de la economía es esencial y para conseguirlo se impone estimularla para salir de la crisis. Es absurdo a estas alturas seguir defendiendo sistemas más que fracasados y olvidarse de que es la industria la que genera más desarrollo y crea puestos de trabajo. Choca a estas alturas escuchar a ministros -o ministras- que solo se preocupan de cambiar las leyes laborales, que será conveniente, aunque no parece lo más urgente ni apropiado en la situación actual.
La nueva realidad a la que nos enfrentamos tiene que irse imponiendo sin levantar los pies de suelo, partiendo de lo que hay, por supuesto, con la convicción de que partimos de una herencia que aprovechar y cambiar al mismo tiempo. Vivimos el honor de disfrutar de un cambio de era y aprovechar para que la próxima sea mejor es algo que nos demandarán nuestros sucesores.
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