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Cuántas veces decimos o escuchamos decir «estoy muy preocupado, tengo muchas preocupaciones». Es más, entendemos que, si una persona tiene un desempeño de mucha responsabilidad, deberá tener muchas preocupaciones y, la verdad, no tiene porqué ser así.
La neurociencia y la medicina nos están enseñando ... que la mayor causa de mortalidad en el mundo occidental se deriva del estrés que padece nuestra sociedad. El estrés malo, el distrés (hay uno bueno, el eustrés) es la causa principal de la generación de cortisol en nuestro organismo. Esta sustancia somete todos nuestros órganos a una tensión tan alta, que los más débiles, por desgaste o por genética, acaban fallando y un día hacen 'crack'. Y me refiero al estrés de este modo porque el estrés es una consecuencia y estoy convencido de que la causa principal son las preocupaciones que, al final, son las que nos tensan y nos predisponen a padecer el estrés.
¿Qué es una preocupación? Un trabajo no ejecutado bien en su momento o una acción que es imposible llevarla a efecto y nos angustia el no poder hacerlo. Y, ¿cómo se pueden evitar las preocupaciones? Ocupándonos antes que preocupándonos. Mi visión es la siguiente: surge un problema, una limitación o un condicionante y ello nos obliga a tener que actuar. Ante ello tenemos dos opciones, activarnos, ponernos en marcha de inmediato y afrontar lo que tengamos que afrontar, hacer la tarea y finalizar lo que corresponda o bien preocuparnos y empezar a pensar en todo lo que se nos viene encima, como consecuencia del cambio.
También hay otras situaciones en las que no podemos actuar ahora y sí en un momento posterior. ¿Qué debemos hacer en ese caso? Adelantar nuestra posterior tarea todo lo que podamos y si no podemos hacer nada, por el momento, olvidarnos de lo que nos está limitando y esperar al tiempo concreto en que podamos actuar y ahí si, sin dilación, hacer lo que debamos.
Por último, y hay muchas circunstancias en las que así es, cabe la posibilidad de que no podamos hacer nada, ni ahora ni nunca, en ese caso lo que debemos hacer es olvidarnos por completo. De otro modo estaríamos hipotecando nuestra tranquilidad por un futuro que nunca llegará, es poco más que vivir en un mundo de ciencia ficción con visos de thriller. La fórmula magistral, en definitiva, es actuar, de inmediato, si es posible hacerlo en el momento, con determinación, con la meditación precisa para que la decisión sea lo más acertada posible. Esa inmediatez, cuando sea posible, será muy saludable para nuestro cerebro, evitaremos dedicar capacidades a dar vueltas a lo que tenemos que afrontar y dispondremos de más tiempo para pensar en otras cuestiones o para disfrutar del tiempo libre, con 'ele' de libertad.
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