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Es este un tema que toqué con cierta insistencia antes de la gran recesión de 2008. Por unos años (2008-2015) pareció que los gobiernos habían recuperado el manejo del timón de la nave del Estado; pero a raíz de la relativa recuperación de la ... economía, relativa porque ha sucedido principalmente al nivel de quienes tienen mayores ingresos, y dado que las grandes corporaciones han salido de la crisis más favorecidas que el ciudadano medio, es decir que el 90% de la población, el tema vuelve a resurgir con mayor fuerza aún si cabe. El más reciente episodio, la creación de criptomonedas con el fin de soslayar el control de los bancos centrales, ha disparado todas las alarmas.
La guerra comercial entre USA y China no solo nos ha puesto sobreaviso respecto a la potencial separación en bloques del mercado global. También se ha puesto de manifiesto de forma brutal la presencia de un tercer actor en los escenarios internacionales: las plataformas comerciales de los gigantes tecnológicos (Facebook, Amazon, Google y algunos más). Estos gigantes operan a mayor escala y con mayor poder que la mayoría de los países que organizan nuestro planeta. Es decir, son empresas privadas con mayor capacidad de organizar el planeta que la mayoría de nuestros representantes políticos.
La tentación de utilizar ese fastuoso poder para funcionar como si fueran verdaderas naciones, compuestas transversalmente por ciudadanos de multitud de países que han perdido la confianza en sus instituciones tradicionales y la han depositado en las citadas plataformas, esa tentación no sólo está ahí sino que empieza a cuajar en proyectos como las criptomonedas. En efecto, Facebook planea lanzar una criptomoneda digital denominada 'libra' con la connivencia de grandes corporaciones financieras. Las estadísticas dicen que ya son más los jóvenes que confían en la criptomonedas que los que confían en las monedas tradicionales que operan en los mercados cambiarios. Este dato no se les escapa a los gigantes tecnológicos.
El banco de los bancos centrales (BIS) y el fondo monetario internacional (FMI) han puesto de manifiesto su preocupación ante la amenaza que iniciativas como la antedicha suponen para el sistema financiero global. Ocurre que los gobiernos democráticos se han demostrado incapaces de moverse a la misma velocidad que los dichosos gigantes. Y se preguntan si éstos no devendrán en los nuevos Estados que gobernarán el mundo, relegando a los gobiernos nacionales a desempeñar un papel subsidiario. O sea, una perfecta inversión de los papeles que la cosa pública y las instituciones privadas han venido representando hasta la fecha. La geopolítica pasaría de estar condicionada por los estados nacionales, a ser protagonizada por las grandes plataformas digitales. De hecho, las citadas plataformas monopolizan ya el 70% de los mercados de valores en Estados Unidos, el 27% en Asia y, con el 3%, parece resistir Europa.
Una forma de medir la fortaleza del Estado tradicional es su capacidad para extraer impuestos. No sólo de los ciudadanos sino de las empresas que operan en su territorio. Es de sobra conocida la gran dificultad de los estados nacionales para detraer impuestos de las grandes corporaciones. Lo que hoy pagan dichas corporaciones en términos porcentuales, es proporcionalmente ridículo si se compara con lo que pagan los contribuyentes de a pie. Raramente llegan al 12% de sus ingresos en términos reales y la mayor parte de las veces no sobrepasan un solo dígito. Por otra parte, tienen la insana costumbre de repercutir el monto de los impuestos en los costos de operación, que a su vez determinan los precios al consumidor. En cualquier caso, la cifra inversa de tales porcentajes, sería un buen indicador de la fortaleza de dichas corporaciones para imponerle al Estado su santa voluntad. Esta cifra ha aumentado en progresión geométrica desde los años ochenta del siglo pasado.
¿Qué ha sucedido? En EE UU lo llaman 'capitalismo rentista': aquellos capitalistas que buscan una compensación más allá de la requerida para inducir el deseo de suministrar mercancías, servicios y fuerza de trabajo. Es decir, una rentabilidad muy por encima de los usos de la economía tradicional. Este rentista promueve una economía en la que el poder de mercado y la influencia política se combinan para que gerentes y accionistas privilegiados maximicen sus ingresos a costa de los demás.
Uno se pregunta qué necesidad tienen los altos ejecutivos de aspirar a la presidencia de cualquier gran potencia, cuando ya presiden una de sus grandes corporaciones. Lo cierto es que, como se ha demostrado en el caso de Trump y posiblemente de Blumberg, los grandes empresarios se sienten más seguros cuando uno de los suyos pone físicamente las manos sobre el timón del Estado. Es esta una verdadera transgresión de la antigua división del trabajo, que confiaba a los políticos profesionales el manejo del timón a la vez que les tenían controlados mediante los 'lobbies', la financiación de sus campañas y múltiples sinecuras adicionales. A lo que se ve la 'confianza' es, en estos momentos y a todos los niveles, la moneda menos críptica y la más devaluada. Así nos va.
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