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En 1993, el Consejo de Ministros aprobó un Real Decreto para acabar con algunos términos de discriminación lingüística, obligando a su erradicación de los texto oficiales. «Hembra» –descripción en el reino animal– quedaba, pues, abolido de las partidas de nacimiento, siendo sustituido por «mujer» como ... equivalente a «hombre» (al que por cierto, al nacer, nunca se le registró como «macho», aunque a algunos seguramente les habría encantado). En el debate abierto sobre el tratamiento de la mujer en el lenguaje, se ha pasado del dicterio misógino al maximalismo –con algunas situaciones un tanto estrambóticas, e incluso, hilarantes– que han llevado a un indeseado ridículo semántico.
Siguiendo este hilo, en un debate a veces forzado, se ha llegado a prohibir la reproducción de canciones con letras ofensivas que menosprecien a la mujer. Estas expresiones denigrantes suelen corresponder a torpes ignorantes –patanes, en definitiva– pero la cosa se puede complicar cuando la humillación se inscribe en la literatura, ya que entonces habría que prohibir algunos de los textos más importantes de las letras universales.
La literatura ha contenido en todos los tiempos expresiones e ideas nada edificantes hacia la mujer. Son cientos, miles, los ejemplos, pero hay que escoger alguno. El inefable León Felipe (Tábara, Zamora, 1884-México, 1968) incluye en su poema 'Vencidos' unos versos escalofriantes: «Las muchachas hacen bolillos, buscando ocultas tras los visillos a ese hombre joven… fuerte para ser su señor y tierno para el amor…», y prosigue con una burda 'cosificación', recomendando al varón: «Toma tu mula, tu hembra y tu apero y sigue el camino del pueblo hebreo…».
Camilo José Cela (1916-2002) no esquivó su a veces indisimulada misoginia. El Marqués de Iria Flavia dictó una de las frases más reprobables: «Las mujeres están para ser gustadas. Después, unas se dejan, otras no... Eso va ya por provincias». O esta otra perla: «Desde la píldora, la española se ha vuelto más razonable. Era antes muy burra y costaba hacerle el amor». En una de sus obras cumbre –'La Colmena' (1942)– el Premio Nobel desliza una descripción sin desperdicio: «La alcoba de la señorita Elvira huele a ropa usada y a mujer: las mujeres no huelen a perfume, huelen a pescado rancio», cerrando el círculo con una opinión que le caricaturiza: «Mis animales preferidos son el perro, la mujer y el caballo, por este orden».
Por buscar otra referencia, en la comedia 'El castigo sin venganza', Lope de Vega (Madrid, 1562-1635) mantenía una actitud machista –entendible en el Siglo de Oro– pero que ahora, 400 años después, sigue desafortunadamente vigente. En un estudio sobre su obra, la catedrática de Lengua y Literatura de la Universidad Complutense, Juana Vázquez (Salvaleón, 1951), resalta esta definición en la obra de lopetina: «En tomando posesión (de la mujer)/quieren en casa tener/como alhaja la mujer/para adorno, lustre y gala/silla o escritorio en la sala…».
La lucha por la igualdad y el respeto no es un invento de unas 'locas feminazis', que explicaría Vox. En la literatura del siglo XV apareció la primera reivindicación de la mujer. Christine de Pizán (Venecia 1364-Seine-et-Oise 1430) –filosofa, poeta y humanista, considerada la primera mujer escritora de la Historia– escribió en 1405 una obra fundamental, 'La ciudad de las damas'. En plena misoginia medieval fue el primer alegato reclamando respeto para las mujeres. Para evitar la tentación de reír las gracias a quienes caricaturizan a la mujer, y como profilaxis para evitar las afecciones mentales de machos-alfa, y dado que la lectura es el antídoto perfecto para curar el analfabetismo cerebral, son recomendables algunos títulos: 'Yo seré la última', de Nadia Murad; 'Una educación', de Tara Westover, 'Persépolis', de Marjane Satrapi, o 'Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado', de Maya Angelou (1969). A ver si hay suerte y se curan.
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