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Estaríamos hablando de un típico proceso posmoderno: la PSEudo-podemización sería un simulacro de Podemos. Pero Podemos es, a su vez, un simulacro de populismo y éste lo fue del socialismo (no lo olvidemos, un simulacro de religión). La pescadilla se muerde la cola, algo ... muy característico de los procesos posmodernos que, en definitiva, son una reproducción circular de sí mismos. Entendiendo proceso como 'progreso' estaríamos ante un falso proceso, es decir, un pseudo progreso. Perdón por este trabalenguas, era muy difícil resistir la tentación.
Feijóo, después de haber frenado un peligroso proceso de pseudo-voxización a manos de Ayuso-Casado (por orden de peligrosidad), ha denunciado la podemización a manos de Pedro Sánchez. Como ha puesto de manifiesto Cuca Gamarra en sus intervenciones durante el debate sobre el Estado de la Nación, Feijóo tiene que seguir purgando al PP de ese virus que ha hecho mella en sus filas, aunque ahora opere solapadamente a la espera de un nuevo asalto. Pero es que Sánchez, probablemente porque era imposible disimularlo, lo ha hecho una vez más a cara descubierta, sin ocultar que se trata de una maniobra política de cara a mejorar las deterioradas posibilidades electorales del PSOE en las elecciones municipales y autonómicas de mayo 2023 y las posteriores generales en diciembre. ¡Vamos a por todas! ha declarado.
Claramente se trata de un simulacro de giro a la izquierda que él califica de giro a la socialdemocracia, y que en realidad es una continuación de su política híbrida de conquista y mantenimiento del poder, donde la ideología ocupa un muy ambiguo segundo término. En este caso se trata de recapturar votos perdidos por la izquierda, ya que por el centro ha perdido toda credibilidad. Son característicos de esta política los llamados 'volantazos' fruto de la ausencia de un verdadero programa; en su lugar tiene este pseudo programa que lleva a la toma de decisiones provisionales en función de como sopla el viento. Nada hay de definitivo y perdurable en la 'sociedad líquida' (Bauman) donde todo fluye, se manifiesta y eventualmente se desvanece.
En realidad, la realidad política española no es muy distinta de la realidad política en la mayoría de países del bloque occidental; empezando por nuestro entorno, Italia, Francia, Reino Unido, para terminar en Estados Unidos. En todos ellos el sistema político lleva tiempo enfangado en una crisis sin salida, a la espera de un movimiento salvador que a muchos nos hace suspirar: ¡virgencita, que me quedé como estoy! Lo cual nos mantiene atrapados en el barro, incapaces de jalar hacia arriba de nuestros propios tirantes.
Pero centrémonos en España. La reforma más urgente a este respecto es la ley electoral. Feijóo tuvo un par de propuestas interesantes al inicio de su candidatura: asignar el gobierno al partido más votado y, mientras esa reforma electoral se hace ley, un pacto entre los dos partidos mayoritarios para que funcione de hecho. Esperemos que mantenga dichas propuestas cuando acceda al poder; antes no parece probable que consienta Sánchez, quien ya está pensando en una coalición de izquierdas. Como una alternativa aún mejor, yo sugeriría la elección a dos vueltas siguiendo el modelo francés. Claro que este es un modelo de democracia presidencialista (elección directa del presidente); pero dado que la española ya lo es de hecho no estaría mal reconocerlo de derecho.
No solo hay que reformar la ley electoral, la urgencia reformista se extiende también a otra asignatura pendiente desde que González instauró el famoso 'café para todos'. Me refiero a la necesidad de reformar el capítulo octavo de la Constitución, «De la organización territorial del Estado», para que se llegue a una salida consensuada, tanto de los conflictos territoriales como de las disputas sobre las atribuciones de unos y otros. No nos engañemos, siempre habrá disputas; pero hoy por hoy carecemos de un procedimiento eficaz para resolverlas. Lo cual nos tiene en un puro ¡ay! desde los inicios de la democracia (desde la gestación del 23 F para ser exactos). A este respecto me cuento entre los partidarios de oficializar la condición federal de nuestro sistema, dejando muy claras las atribuciones del Gobierno Federal y las de los gobiernos territoriales; así como las limitaciones (líneas rojas) de unos y otros. Entretanto soy partidario de que al menos se reforme el Estado autonómico.
No digo nada que muchos analistas no lleven repitiendo desde hace décadas. Pero el deterioro del sistema no ha cesado de producirse y acelerarse con el paso del tiempo y ya hace tiempo que se nos ha pasado el arroz. Hay que reconocerle a Sánchez la voluntad de hincarle el diente a estos problemas; pero su oportunismo y la marginación del principal partido de la oposición los ha dejado: «imposible, para vos y para mi». Así que Feijóo ha devenido nuestra pálida esperanza.
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