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Cuando se habla de malos tratos, en pareja especialmente, uno, sin saber porqué, lo asocia al área física, pensando enviolencia golpes, empujones, bofetadas, peleas, e incluso enfrentamientos físicos con un final fatal, la muerte, y lo peor es que todo esto es verdad, forma parte ... del cóctel del desencuentro lesivo, destructor y cruento. Pero, además de este tipo de malos tratos, es decir, de una falta total y absoluta de respeto, se da con cierta frecuencia un maltrato psicológico, gestual, frío y lejano; un trato que responde a la invisibilidad de la pareja, al no representar ni parecer nada, al pasar desapercibida.
Ese maltrato psicológico en el que no eres nada, jamás estás en ningún sitio, eres una desconocida, careces de opinión, no cuenta para nada, en el que te sientes infinitamente pequeña, encogida, sudando, temblando, queriendo estar pero a la vez temiendo estar, deseando decir, comentar, participar, y no pudiendo por el temor a no acertar, jugando mentalmente para encontrar el cómo penetrar en la realidad, y no hallando ninguna rendija, estando por ello condenada al silencio, la pena, el temor, adueñándose de ella de forma especial, el miedo, de tal forma que en ocasiones ni el oxigeno es capaz de llenar el fuelle de sus pulmones, viviendo en un ahogo permanente.
¿Qué hacer entonces?, ¿cómo responder?, ¿qué decir?, ¿dónde llamar?, ¿a quién acudir?, ¿cómo sacudirse ese yugo que la mantiene atada a la nada?, ¿dónde encontrar alguna respuesta?, ¿cómo conseguir un filtro de luz?, ¿cómo seguir?, ¿de dónde sacar fuerzas si vive atragantada, sin comer ni dormir?. La confusión mental es tan grande que el discernimiento, aunque en ocasiones se vislumbre, está bloqueado, situándose bajo un manto de penumbra y desorientación. No conoce más realidad que la que sufre, que desea revertir y sabe que no puede, pero la insistencia le exige plegarse tanto al medio de subsistencia y, al no conocer otro mundo, no aspirar a su disfrute. No cuenta más que con lo que tiene: miseria, frustración, pobreza mental, desprecio brutal, aplastamiento de cualquier tipo de iniciativa, persiste pensando ¿y si...? Y así sigue imaginando que algún día podrá abrir un ojo y mirar, porque ahora no puede. Es recriminada, dirija su mirada donde quiera siempre se va a encontrar con la increpación, ¡y tú qué miras!, seca y lacónica, pero vibrante de maldad y volcánica de fuerza, tanto, que paraliza.
Al final de este tortuoso y sufrido camino, donde ella se siente extraña y perdida, ignora en la dirección que transita, no puede preguntar, no tiene derecho, simplemente aguanta, sufre, suda, se tensiona, se congelan sus sentimientos, está bloqueada. Al final la salida puede ser aquella en la que él se acaba creyendo que ella no vale nada, que no existe, que no está ni jamás ha estado, que es un juguete perverso que le molesta y que ya no necesita, quizás porque se ha aburrido, y entonces se va de casa y no vuelve, la abandona como quien se deshace de una servilleta -«No sirve ya ni para entretenerme, ni para juguetear con mi acritud, egoísmo, maldad, perversión, brutalidad desde la ignorancia e incultura»-, o en otras ocasiones, él, que llega un día cansado, tenso, enfadado, irritado, no ha encontrado en la vida lo que deseaba, no ha conseguido lo que quería, y obviamente la culpa la tiene ella, y con ella descarga una enorme explosión de fuerza, furia, tensión, irritabilidad, perversos sentimientos, maldad, y destrucción total; es la culpable, es mala... Además de no valer nada, es una molestia, la destrucción, su desaparición de mi lado, incluso del mundo, es la respuesta adecuada, no cabe en este mundo, «es una inmundicia, sucia y repugnante», «maldigo aquel día que la acogí en casa, con lo que yo le he dado y como me lo ha agradecido, es algo por mí, de no ser así nadie sabría de su existencia, nadie pues la echara de menos, no existe, no es nada, no la quiero ver jamás, me ha hecho mucho daño, matarla es poco, quisiera hacerle más daño».
Es desgarrador el drama, es penosa la situación y es enormemente clara desde el anfiteatro, pero no lo es tanto desde el escenario. Ella jamás se ha dado cuenta de lo que significa para él. Nunca se le pasó por la imaginación, «él es así y yo no le puedo hacer daño, no le puedo ni mirar porque no le gusta, ni hablar, ni decir nada, no puedo opinar porque se enfada, pero cambiará, me lo ha insinuado».
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