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Nadie lo sabe. El futuro es el gran misterio que todos queremos dominar y, aunque a veces nos acercamos a su conocimiento, siempre se nos escapa como un líquido que queremos atrapar con las manos. Así que la próxima temporada del Racing no va ... a ser una excepción. Sólo nos queda combinar los buenos deseos, el optimismo o pesimismo de nuestro carácter, el ojo avizor de Chuti Molina con los fichajes y el trabajo de los hombres que dirige Iván Ania para esbozar la visión del equipo en los próximos meses. Pero hay algo más. Por un lado está el adecentamiento generalizado que el club está llevando a cabo en las entrañas económicas y en el propio estadio, un adecentamiento que, aunque aún tiene bastante recorrido, seguramente nos provocará bastante autoestima cuando nos miremos al espejo el próximo sábado en el partido contra el Málaga.
Y como recurso añadido para presentir el futuro, además de los buenos deseos, el ojo avizor de Molina, el trabajo técnico del equipo y el adecentamiento general del club y del estadio, me permito añadir el relato de otras emocionantes etapas históricas del club para recrearnos en la reflexión.
En los años cuarenta, tras el impacto de la posguerra y el gran incendio de Santander, el equipo deambulaba en Tercera División en 1948. Hasta que un presidente, Manuel San Martín, se empeñó en recuperar aquella categoría que el Racing había perdido por primera vez, y dos años después, en 1950, consiguió ascender a Primera. Eso sí, con la estimable ayuda de un legendario equipo guiado por el talento de Rafael Alsúa. Algo parecido ocurrió veinte años después. Otra crisis deportiva y económica sumió al club en Tercera, en cuya categoría se encontraba en 1970. En esta ocasión fue otro presidente, Valentín Valle, el que lejos de abandonar el barco fue capaz, tres años después, en 1973, de recuperar la Primera División con el famoso equipo de los bigotes que José María Maguregui dirigió desde el banquillo. Y finalmente, otra experiencia del trepidante renacer desde la más ínfima categoría hasta la Primera División, se vivió cuando el Racing, tras conocer la amargura de la Segunda B donde se mantenía en 1991, logró el ascenso a Primera, también tres años después, en 1993, con un club tutelado por las instituciones públicas y una plantilla capitaneada por Quique Setién.
Son tres etapas caracterizadas por un máximo hundimiento deportivo y una recuperación trepidante e impulsiva, como la de un náufrago a punto de ahogarse que emerge voraz a devorar el aire que tanto necesita. Ese aire de Primera al que nos invitan esos indicios de buenos deseos, de acierto en los fichajes, del trabajo técnico y de ese vestirse de gala de un campo que parece que abandona la desidia, me construye el presentimiento que hoy tengo de este Racing que ya me huele a Primera. Ya sé que no es políticamente correcto, que es un error pensar que es el ascenso, y no la permanencia, lo que podemos esperar de este equipo. Pero el pensamiento es tan aleatorio y libre como el futuro y, desde luego, el laberinto de la escalera para llegar a Primera es menos complicado que la endemoniada encrucijada que hubo que sortear para alcanzar la Segunda División. Sólo es un presentimiento pero, ¿por qué no?
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