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Me encantan los animales. No es algo excepcional, ya lo sé, pero entre su enorme variedad no tengo reparo en apreciar incluso a aquellos que no tienen buena imagen en nuestro colectivo humano. Cuando era niño no me dejaban tener las habituales mascotas, así que ... me las ingenié, animado por la emoción de lo prohibido, para cuidar de forma clandestina de arañas, moscas, moscones, avispas, grillos, saltamontes o ciempiés. Fueron los primeros animales que comencé a tratar a pesar de algunas reprimendas. Observar en mis frascos a los insectos y proyectar mi curiosidad sobre sus vidas, al menos me ha servido para evitar el patológico rechazo que suelen provocar, e incluso considerarlos con el mismo respeto que el resto de los seres vivos. Desde luego, y a pesar del lapsus de nerviosismo radiofónico, ni siquiera Ruth Beitia podría estar de acuerdo en eso de que hombres, mujeres y animales tenemos los mismos derechos, pero sí apostaría a que muy pocas personas se librarían de una comprobada hipocresía cuando aseguran rechazar el maltrato animal. Porque ¿qué pasa con los insectos? ¿Quién no se ha despertado de madrugada encendiendo la luz de la habitación para aplastar sin misericordia el zumbar del cabronazo del mosquito que nos ha acribillado a picotazos?
Leo estos días que los insectos están desapareciendo de la faz de la tierra, que el 41 por ciento de sus especies están en declive y que una tercera parte está en peligro de extinción. Las causas, además del consabido cambio climático, es cosa de la agricultura intensiva y los insecticidas. Sin ser conscientes de los problemas que supondría la pérdida de la polinización y la fertilidad del suelo, todo se agrava sabiendo que estos bichos tampoco tienen a favor la ternura ni la capacidad de movilización de los animalistas. No son visones, focas ni toros de lidia. Comparten, si no el desprecio, al menos la indiferencia que provocan seres que, como el marisco, hervimos vivos sin contemplaciones en nuestras cocinas o exhibimos agonizando en las pescaderías sin reparo alguno. Pero es que son razas inferiores ¿no? Ya. Cosa del otro racismo.
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