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Aquí estoy, dispuesto a hablar de ese beso, que no voy a defraudar a mis incondicionales que me animan a hacerlo con sus comentarios. No es que organicen manifestaciones en la calle con pancartas, que yo no puedo subvencionar a asociaciones que las convoquen, pero ... esa gente que me escribe mensajes tiene todo mi respeto y cariño. Hasta sería capaz de darles un pico, siempre que no fueran mujeres, claro, por si las moscas.
Yo no me siento rey de los pájaros cantores, pero igual que lo era Manolo Escobar, soy feliz, no me importa lo que diga la gente y soy capaz de llevar la condena que me imponga la dictadura del progresismo como los hombres valientes, porque un beso en el puerto «a una dama que no conocía», tiene su cosa. Así que, con harto pesar para quienes no piensen como yo, manifiesto que Rubiales ha metido la pata hasta dentro, que no es forma de comportarse en un palco celebrando triunfos tocándose los huevos y, aunque uno pierda el control en los momentos de euforia (confieso que a mí me han dado ganas de morrear a Íñigo Vicente después de alguno de sus goles), no puede uno darle besos a una dama por muy campeona del mundo que se precie, y más si ha desperdiciado un penalti durante el partido.
Sentadas las bases de mi principal mensaje, viene la superficial e insignificante pregunta para la reflexión. ¿No les parece denigrante, obsceno y grotesco que miembros del Gobierno que se tiran de los pelos pidiendo la dimisión del presidente de la RFEF se hayan quedado impasibles en sus cargos tras aprobar una ley que pone en la calle a cientos de agresores sexuales?
Si un beso mal dado supone un delito más grave que disparar en la nuca a un concejal, nuestra sociedad lleva camino de la ceguera con lazarillos que nos guían al precipicio.
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