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Matar fabrica mártires y desenterrarlos los resucita. La historia de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, está inmersa en una memoria histórica cuya ley pretende obviar la insoportable violencia de asesinatos políticos de izquierda y derecha en la II República.
Cuando en ... las elecciones de 1936 triunfó el Frente Popular, la persecución a la Falange fue impecable. Su sede fue clausurada en un creciente clima de asesinatos. Las revueltas alarmaron al Gobierno y se realizaron varias detenciones, entre ellas la de José Antonio el 14 de marzo. Encarcelado en la Modelo de Madrid, fue juzgado por escribir un manifiesto contra el Gobierno de Azaña, por desacato a la autoridad aludiendo a los 'cuernos' del director general de Seguridad, por delito de asociación ilegal y por tenencia ilícita de armas al no renovar las que tenía con autorización en su casa. Posteriormente, se le abrieron dos nuevos procesos por desacato al tribunal y por atentado a la autoridad.
José Antonio se temió lo peor cuando fue trasladado por sorpresa desde la Modelo a la cárcel de Alicante a pesar de tener procesos pendientes en Madrid. En octubre, tras la rebelión militar de julio, un Tribunal Popular de Alicante, con jurado designado por partidos y sindicatos del Frente Popular, le juzgó «por conspiración y rebelión militar». Poco pudo hacer al respecto desde la cárcel, pero el 18 de noviembre fue condenado a muerte. Dos días después, José Antonio fue fusilado. Testigos afirman que miró al pelotón, preguntó si eran buenos tiradores y al responder afirmativamente se quitó el abrigo, aferró entre sus manos un crucifijo y gritó «¡Venga!» Su muerte le convirtió en un mártir que el franquismo explotaría hasta la saciedad.
Decía San Isidoro que el odio no se quita con el tormento, ni se expía por el martirio, ni se borra con sangre derramada. Tampoco desenterrando muertos ni resucitando mártires que ya estaban olvidados en la paz de su descanso eterno.
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