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Me siento privilegiado. El pasado sábado asistí a la celebración de un cumpleaños especial, el de la tía Irene, soltera de toda la vida y vecina del pueblecito burgalés de Castrillo de la Vega, donde sigue teniendo su casa, aunque desde hace poco tiempo vive ... con su sobrina Delfina en Aranda de Duero. El cumpleaños fue un acto muy sencillo. Nos invitó a una comida donde lució una banda que la distinguió como dama de honor, recibió una postal con la felicitación de sus familiares y, como es tradición, sopló las velas de la tarta y la cantamos el cumpleaños feliz. Nada del otro mundo, es cierto, salvo que la homenajeada cumplía 105 primaveras con su cabeza bien ordenada, sabiendo muy bien lo que quiere en sus conversaciones que, aunque débiles en su entonación, son muy consecuentes e incluso recurren a la ironía para protestar por las limitaciones de su edad, que no son tantas como uno puede imaginarse con tanta vida recorrida. Todos los días sale a pasear un buen número de pasos, eso sí, con su silla de ruedas al quite. Con mesura, también come de todo, y cuando quiere alardear de su apariencia (en realidad somos nosotros quienes alardeamos) la invitamos a que nos enseñe sus pantorrillas blancas, inmaculadas, sin varices y con aspecto de adolescente.

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