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No sé si seré capaz de resistirlo. Que yo me siento muy cántabro, vicioso de los sobaos pasiegos, del hojaldre de Torrelavega, del cocido lebaniego y de las anchoas de Santoña, aunque fue el castreño Lolín, y no Revilla, quien me abrió hace tiempo el ... apetito de ese manjar. No, por favor. Que yo me siento muy montañés y estoy convencido de que lo mejor de los viajes es volver a mi tierra, donde el paisaje, mire por donde se mire, es incomparable. Pero eso no sé si podré resistirlo. Que yo me siento muy santanderino, se me pone la carne de gallina cuando Chema Puente nos canta 'Santander, la marinera', y cada vez que embarco en la lancha desde Pedreña me asaltan las dudas de si merezco el privilegio de vivir en este paraíso del entorno de la bahía, aunque llueve o sople sur, que diría desde las gradas de los Campos de Sport.
Que adoro todo lo que viene de mi Cantabria, su historia, su literatura y hasta sus gentes, por mucho 'palajustrán' que haya por el territorio. Pero plantarme en los morros 'El principito', de Saint Exupéry en 'cántabru', no voy a poder con ello, de verdad, porque la editorial 'Libros desde Tuma' ha publicado hace unos días este delicioso relato en 'cántabru' estandarizado, con elementos de otras hablas que conforman esta variante de transición del dominio asturleonés.
Con todo el respeto para el traductor torrelaveguense, Mario Pisano, y con el cariño que proyecto sobre todo lo cántabro, nunca entenderé la obsesión por complicar el sagrado propósito de la lengua que es el entendimiento entre los seres humanos. Comprendo el argumento de visibilizar y recuperar el patrimonio lingüístico español, pero digo yo que teniendo el tesoro de un idioma tan cántabro como el castellano que todos comprendemos, me sobran las palabras, por mucho amor a Cantabria que se profese en ellas.
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