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El olvido y el desconocimiento son capaces de derribar las construcciones más sólidas y valiosas. Hay ejemplos que rompen el corazón, como la desaparición en Santander del chalé de Benito Pérez Galdós y del Teatro Pereda, y en el resto de Cantabria, de las casas ... familiares de Lope de Vega, Quevedo y Calderón de la Barca; la del pintor Casimiro Sainz, en Matamorosa, o la clínica del doctor Madrazo, en Vega de Pas. A este elenco de despropósitos se irán sumando otros edificios que desaparecerán ante la indiferencia y la ignorancia que dedicamos a nuestra historia y a su patrimonio.
Como me dice mi docta amiga Raquel, si se hubieran conservado y puesto en valor estas y otras construcciones, realmente Cantabria sería infinita. Pero nos empeñamos en empequeñecerla aún más con la situación de la antigua venta de Tajahierro, morada de Ángel de los Ríos (Proaño, 1823-1899), escritor, jurista e historiador que, aquejado de una sordera, se dio por conocer su casa como la venta del Sordo de Proaño. En esa venta escribía don Ángel mientras compartía el pan con los caminantes y capitaneaba cuadrillas de mozos que organizaban salvamentos de ganado y personas cuando eran sorprendidos por las nevadas del entorno de Palombera. José María de Pereda, en su obra 'Peñas Arriba', quiso recordar esa casa y también a su noble señor con uno de los personajes de la novela, que llamó el Sordo de Provedaño.
Si no bastaran estas referencias para respetar tal legado, que se añada que Tajahierro fue el primer hogar de los deportistas de invierno. Cuando la venta se abandonó, los primeros esquiadores de Cantabria la ocuparon como albergue y refugio, y en 1931, aquellos pioneros, comandados por Fernando Bustamante y Manuel Suárez Inclán, alquilaron la casa y crearon el histórico Club Alpino Tajahierro.
Ni el Sordo de Proaño, ni aquellos aventureros deportistas se merecen tanta indiferencia ni tan sordo lamento por aquella casa.
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