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Como en el final de los sanfermines, los amantes de los libros podríamos cantar aquello de 'Pobre de mí' por la clausura el pasado domingo de la Feria del Libro de Santander. La feria ha tenido unos diez mil asistentes durante los diez días que ... ha estado abierta en la Plaza Porticada, con cuentacuentos, gimkanas, música, talleres, encuentros con autores, presentaciones y lo más importante: libros y más libros que salieron a la calle para tomar el aire, mostrar en las casetas sus maquilladas portadas y coquetear con las miradas y el sobar de los paseantes.
La feria ha tenido además un guiño para el más vicioso lector que el mundo ha conocido, don Marcelino Menéndez Pelayo, con su gran vicio, su biblioteca, cuyo edificio se inauguró hace cien años. Al vicio de leer del genio santanderino habría que añadir la bendita manía de coleccionar libros, de tal manera que con doce años el muchacho ya tenía una respetable colección de tomos impropios de su edad (filosofía, historia, literatura y arte). Sus padres reservaron estanterías para tanto libro, luego habitaciones y más tarde trasladaron los 8.000 volúmenes que ya tenía a un pabellón del jardín familiar que con el tiempo tuvo que ampliarse. El vicio de Menéndez Pelayo se convirtió en su tesoro más preciado: más de 40.000 valiosos libros y manuscritos que en 1912 legó a la ciudad de Santander, junto con el edificio que los albergaba que se engrandecería con el proyecto del arquitecto Leonardo Rucabado.
No he podido resistirme y he adquirido tres ejemplares en la feria. Como otros enganchados del 'vivir entre libros', mi humilde colección se aferra al ejemplo de Menéndez Pelayo de estanterías llenas, pero sin habitaciones disponibles, ni pabellones en el jardín y con bibliotecas hartas de rechazar donaciones. Son los inconvenientes del vicio de los libros que requiere una urgente desintoxicación electrónica. La falta de espacio obliga.
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