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Más que una recuperación, lo que España necesita es un plan de reconstrucción industrial. España se desindustrializó profundamente a partir de su integración en la Unión Europea. Emplear los 140.000 millones de euros de la Unión Europea para recuperar sin más el modelo económico ... que se ha forjado en los últimos 30 años, representaría el mayor desaprovechamiento que pueda imaginarse de esta oportunidad de oro para reconstruir el modelo productivo de nuestro país.
El fondo de recuperación económica de la UE debe servir para algo más que la restauración del 'statu quo' anterior a la pandemia, aparte de que eso es imposible porque el mundo pos-covid-19 ya no será el mismo. Hay una serie de problemas no resueltos con anterioridad a esta crisis que deben tomarse en consideración a la hora de diseñar el plan de reconstrucción: las desigualdades entre autonomías, entre los grandes centros urbanos y el resto de las poblaciones y, dentro de cada comunidad, entre los diferentes tipos de empleo: fijo y temporal, teletrabajo y presencial. Luego están los trastornos del actual modelo productivo causados por las nuevas tecnologías; las cuales van a convertir en obsoletas muchas empresas, especialmente pequeñas y medianas.
La propia idea de reindustrializar el país no puede hacerse recreando las mismas empresas que fueron reemplazadas por importación de bienes producidos en lugares más competentes. Hay que repensar de nuevo el tipo de actividad en que el país puede llegar a competir adecuadamente. Hay que encontrar el balance adecuado entre empresas de servicios y empresas industriales, de acuerdo a la realidad española, que es distinta a la de los países de nuestro entorno. Hay que identificar los productos que deben elaborarse en el país porque en situaciones críticas su suministro debe depender de nosotros mismos. El turismo junto a la construcción han sido los pilares más potentes de nuestra economía durante, digamos, los últimos 50 años; pero este modelo hace tiempo que viene dando síntomas de agotamiento, lo que ha llevado a una degradación de las mismas con objeto de hacerlas económicamente sostenibles. Es muy probable que el covid las dejé heridas de muerte y va a ser muy difícil desarrollar nuevas actividades que llenen el hueco.
Pues bien, nada de esto es evidente, como indica la renuncia al componente préstamos del paquete de la UE porque pueden conseguirse al mismo interés y «sin condiciones» de los mercados. Las medidas que hasta ahora se están formulando (sustituir el actual parque de vehículos por eléctricos, mejorar las conexiones ciudad-mundo rural, formación digital de desempleados, habilitar el teletrabajo de funcionarios, digitalizar pymes, 5G para todos incluido el mundo rural) si no están ligadas a un plan específico de generación de nuevas empresas apenas tendrán efectos reales en la economía.
España se la juega porque si el problema de competir ya era peliagudo, tras la pandemia se habrá agravado significativamente. La tentación de restablecer rápidamente la precaria situación que ya teníamos (con niveles de ocupación que son la vergüenza de Europa, una economía en negro –es decir, precaria– muy extendida, excesivo peso de las pymes en la estructura económica) es muy grande y sería el ejemplo pluscuamperfecto del «pan para hoy y hambre para mañana». Hay que contar con que los países más desarrollados van a aprovechar para salir de esta crisis más fortalecidos de lo que entraron. Las diferencias existentes se van a agrandar; no hay más que ver la inversión que planea Alemania, cerca de diez veces la española, y está garantizado que obedecerá a un buen plan estratégico.
Las culpas, como siempre, están muy repartidas. No es sólo el Gobierno y la oposición, tampoco se ve la iniciativa en el sector empresarial; este parece exclusivamente enfrascado en resolver su actual situación que, claro está, es crítica y no le quedan fuerzas para mirar al futuro del país. Un plan estratégico no se improvisa y, por si fuera poco, se ha pospuesto tanto tiempo que ha terminado por cogernos el toro. No podemos darnos el lujo de esperar unos años a que se recupere la situación y luego establecer un plan. Se impone afrontar ambas tareas a la vez, su pena de quedar descolgados definitivamente del norte de Europa, y que se haga realidad aquello de «la Europa de dos velocidades» que tanto espanto nos produce.
Pero, en fin, «la cosa pública» sí es cosa de todos y es ahí donde debemos incidir para que los políticos dejen de enfrascarse exclusivamente en resolver la situación crítica de sus partidos, sin que les queden fuerzas para mirar al futuro que a nosotros nos preocupa. En tiempos de crisis la inversión pública es mucho más efectiva que la privada para reactivar la economía ¡no se olvide!
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