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Cuando en 1977 se inició la Transición española de la dictadura a la democracia, con el gesto simbólico de la legalización del partido comunista, el regeneracionismo político (Joaquín Costa y compañía) no había gozado de buena prensa en el siglo XX. Tres guerras civiles, disfrazadas ... de guerras de sucesión carlistas en el siglo XIX, y dos dictaduras, con un interregno republicano de 5 años que derivó en revolución proletaria, en los 76 primeros años del XX, demostraron que los políticos españoles preferían el enfrentamiento sectario y la lucha de clases a la resolución pactada de las diferencias políticas irreconciliables.
De ahí que se hablase del milagro de la Transición, originado por el entorno político de Juan Carlos I y llevado a buen término durante los gobiernos de Felipe González. No obstante tanto la extrema izquierda, deseosa de re-combatir la pérdida Guerra Civil por ver si esta vez la ganaba, como la extrema derecha, nostálgica de la paz de los cementerios franquista, no dejaron de poner palos en las ruedas al proyecto regenerador que, esta vez sí, había logrado imponerse. Más los primeros -ETA, etc.- que los segundos -Tejero, etc.- todo hay que decirlo; pero estos son ahora bastante más beligerantes y numerosos, y están implantados de formahomogénea por el conjunto del territorio nacional.
Comprobar el profundo deterioro del régimen democrático, cuesta abajo y sin frenos, hizo que algunos analistas sugiriesen la conveniencia de una segunda Transición; pero la clase política (que no el pueblo español, sufrido espectador y víctima de los acontecimientos durante los dos últimos siglos) parecía no estar por la labor. Se impuso una descarnada lucha por el poder bajo el lema de «¡Que se hunda el barco! ya lo reflotamos nosotros cuando lleguemos a la presidencia». Por lo que a mí respecta, en una Tribuna titulada 'Felipe presidente' (DM 14/06/21) sugería que González podía volver al ruedo: «Un gobierno de concentración nacional presidido por este se nos presenta como la salida obvia» del laberinto en que nos han metido Sánchez, la derecha y el independentismo, dispuestos a seguir cavando la fosa y hundirnos a mayor profundidad. González, continuaba yo, sería el obvio adulto en el patio de recreo dónde retozan nuestros actuales políticos. Para terminar preguntándome «¿Por qué será que, sin embargo, lo de 'Felipe presidente' se me antoja un Espejismo?».
El espejismo se ha roto con la llegada de Feijóo a la presidencia del PP. Dado que González parece no estar para estos trotes, Feijóo pudiera ser el anhelado adulto en nuestro desmoronado patio de recreo político. Además, si el centro-izquierda fue protagonista de la primera regeneración, resulta estéticamente democrático que sea ahora el turno del centro-derecha. En Feijóo tengo puestas mis dudosas esperanzas. La semana pasada comenté los puntos, que me parecieron claves, del programa con que se ha presentado a dirigentes y militantes de su partido. Un programa claramente regeneracionista, que pretende hacer extensivo a la sociedad española. Profundicemos un poco más en el asunto.
Los lectores más asiduos quizá recuerden mi redescubrimiento de la Democracia Cristiana (a la vejez viruelas) muy inspirado por su ejecutoria en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la creación y desarrollo de la Unión Europea y, en particular, su desempeño en Alemania. El discurso de Feijóo me parece que lo sitúa en el centro de aquella democracia cristiana que tanto añoro. La frase más citada de su primera arenga como presidente del PP, «Guarden sus carnés de Patriotas, de demócratas, de españoles. Empecemos a trabajar como adultos. ¡Aquí cabemos todos!» es toda una declaración de principios. Traducido al gallego: dejemos a un lado la guerra civil -la fría y, con mayor motivo, la caliente- abandonemos la descarnada lucha por el poder y apostemos por hacer «una política seria, desde el diálogo y alejada de las soflamas»; seamos un partido autonomista, europeísta, constitucionalista, sin olvidar el respeto a la diversidad y la igualdad; promovamos y alcancemos 'pactos de Estado', desde la oposición ahora y desde el gobierno cuando nos toque («no tengamos ansiedad por llegar de cualquier forma a la meta»); comprometámonos a servir de red al PSOE «para que no dependa de los que quieren dividir nuestro país».
En resumen, ni guerra civil ni lucha de clases. Estas son a mi juicio las señas de identidad de la democracia cristiana original, y suenan como lluvia regeneradora en el suelo de secano en que se ha convertido nuestra Piel de Toro, de norte a sur y de este a oeste. Al finalizar el susodicho discurso, Feijóo ha reivindicado la necesidad de establecer nuevas relaciones políticas alejadas de los enfrentamientos y los debates estériles: «España no está preparada para que busquemos el enfrentamiento por un quítame allá esas pajas». Amén.
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