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Las mentes adanistas de nuestro país, unas de izquierda, otras de derecha y alguna hasta de la mediana ajardinada, han venido despotricando del Régimen del 78 como causa de las desdichas nacionales. Y como se aproxima ya la fiesta conmemorativa de la Constitución de aquel ... año, dejemos claro que no estamos de ninguna manera en tal régimen, sino propia y ciertamente en el Régimen del balduque, infinitamente más peligroso para 'les' españoles que todas las perfidias que hayan podido surgir de la Caja de Pandora del posfranquista Adolfo Suárez, del posmarxista Felipe González y del postsoviético Santiago Carrillo.
Al sur de los Países Bajos, en la provincia de Brabante septentrional, hay una antigua localidad que en holandés se llama Hertogenbosch y, en literal traducción al francés, Bois-le-Duc (Bosque del Duque). Chapurreando la expresión francesa, los españoles de nuestra época imperial la convirtieron en Bolduque, de lo que quedó al final Balduque. En dicha ciudad se confeccionaba una característica cinta roja, con la que Carlos V (otros dicen Felipe II) ordenó fueran empaquetados aquellos legajos en que constaran los temas prioritarios para la toma de decisiones. Por metonimia, cinta roja pasó a ser el balduque. Otras cortes europeas copiaron este sistema de identificación. Con el tiempo, el balduque acabó significando por extensión cualquier carpeta o conjunto de documentos de un expediente, especialmente si es prolijo o abultado, como sucede a menudo en los procesos judiciales.
Así hemos podido leer esta semana una crónica en un medio británico, en que se advertía de que mucho tráfico mercantil que antes del Brexit viajaba de Irlanda al continente a través de Inglaterra, ahora va directamente, para evitar el papeleo enojoso que implica salirse del espacio de la UE, es decir, para eludir la 'red tape' o 'cinta roja'. En fin, el balduque. Como es natural, la cinta roja tiene una fama malísima en los países anglosajones, que tienden a pragmáticos.
Pero eso es lo que crecientemente gobierna España, sus autonomías regionales, sus autonomías municipales, su vida científica y educativa y hasta la última relación social. El balduque: el expediente excesivo, engorroso, que lo empantana todo, que impide hacer las cosas, que da lugar a más litigios de los que prometía evitar. Ni España ni Cantabria ni Cataluña ni Los Tojos se gobiernan sino por el Régimen del balduque. Y para esto nadie parece que tenga una solución contundente.
Repasemos. Un gran proyecto de legislatura, con financiación UE, el centro de terapia de protones de Valdecilla, aplazado sine die porque las empresas no concurren a la vista del pliego de la licitación, o séase la cinta roja. La integración ferroviaria de Torrelavega, pendiente de un informe ambiental 'parcial' (¡!) después de casi cuatro años de balduque p'acá, balduque p'allá. A su vez, la Consejería de Industria ha reconocido que habrá que devolver a Madrid veinte millones de euros de los consignados para ayudar a los autónomos y pymes de Cantabria a pasar el mal trago de la recesión covid. La razón del dislate es que las condiciones para cumplir los expedientes son incumplibles por parte de muchas víctimas de la crisis. ¡Balduque!
Si desde que un Gobierno cántabro aprobó, in illo témpore, la instalación en Soba del primer parque eólico de la región no se ha vuelto a implantar ninguno, aunque se ha gastado la intemerata en elaboración de planes, tramitaciones e indemnizaciones a las empresas por vacilarlas desde la Administración autonómica, ello se debe solo a la hipertrofia normativa y de expedientes. Que aún sigue, por cierto. Ítem más: otra gran inversión, como es la adecuación del puerto deportivo de San Vicente de la Barquera, está paralizada para revisar judicialmente el balduque. Ello después de, como bien lamenta el resignado consejero de Obras Públicas, haber pasado por más balduques que los de Brabante en estudios y proyectos. La empresa adjudicataria ya ha tirado la toalla a la ría, como es lógico. Otro balduque antológico es el de la ejecución de la sentencia de demolición de la EDAR del saneamiento del Saja-Besaya y la elección de emplazamiento sustitutorio. Ese dossier rivaliza ya con la mismísima Enciclopedia Británica y todavía no se sabe dónde irá la nueva depuradora. Se siguen gastando metros y metros de cinta roja en sucesivos trámites e informes.
Un balduque mató al Plan General de Urbanismo de Santander, porque faltaba un papel garantizando el agua potable. Un balduque ha retrasado el centro cultural de La Lechera en Torrelavega; otro, varios tramos de la autovía Aguilar-Burgos. Y quiero yo ver si superan el balduque airosamente los PSIR de La Pasiega y de Las Excavadas, que se llevan tramitando desde poco después de la reconquista de Sevilla. ¿En qué anda el tren Santander-Bilbao? En balduques. ¿Y el Santander-Palencia? En balduques. ¿Sniace? En balduques. ¿El Mupac? En balduques, que hasta se pellizca el brazo, según propia confesión, el prehistoriador de guardia cuando parece que sí, que ahora... La CEOE regional, eco del sentir empresarial, reclama agilidad en los programas de la Administración. Menos cinta roja. ¿Y la ciencia? ¿Sabe usted los kilómetros de balduque que tienen que enlazar nuestros investigadores para concurrir a ayudas de I+D+i, y el tiempo que se pierde en trabajos que no son científicos, sino puramente administrativos? Es milagroso que descubran o inventen algo. En educación, no nos hacemos cargo que los balduques que cada nueva reforma carga sobre el profesorado. El centro de la educación no es el alumno, sino el expediente.
Esto es un desastre de régimen, pero no por el 78, la mejor Constitución que hemos tenido, sino por el balduque, que hay más que cuando Felipe II. Gentes adanistas, gentes que gobernáis: ¿cómo librarnos de estas cintas rojas que tienen el futuro atado de pies y manos, como a aquella Britannia de Dickens en 'David Copperfield'? ¡Esa es la revolución pendiente, la procedimental! En 1978 quisimos apostar por una democracia europea avanzada. Pero aquel ideal está siendo estrangulado con encarnadas cintas de Brabante. Mucho hubimos de pecar en Flandes, para que la penitencia aún nos persiga de legajo en legajo.
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