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Isabel II ha sido la persona que más tiempo ha reinado en Gran Bretaña. En los casos documentados, a lo largo de la Historia solo la supera Luis XIV, que lo hizo durante 72 años, pero heredó con cinco, por lo que en parte fue ... rey de Francia durante su minoría de edad. Isabel II ha sido por tanto la persona que durante más tiempo ha ejercido el cargo, más de 70 años. Otra cuestión es que los poderes actuales de un rey no sean comparables a los de entonces.
Esto no le quita mérito a su reinado. Ha terminado en una extraordinaria popularidad. Y eso que no se la puede identificar con una época británica brillante, como la de su bisabuela Victoria, Reina y emperatriz. Al contrario: Isabel II ha reinado durante el declive de Gran Bretaña. La mayor parte del imperio estaba ya liquidado cuando llegó al trono en 1952, pero todavía le tocó reinar sobre la descolonización del África británica. Isabel II ha sido la cabeza coronada de la decadencia, en un país sometido a sucesivas crisis o a la peripecia europea que ha terminado en el 'Brexit'. Al margen de cuál sea la valoración final, resulta un episodio bochornoso, reflejo de un país dubitativo y dividido.
Y, sin embargo, la monarquía no se asocia a los desastres e Isabel II se salva de la quema general, como una especie de orgullo nacional. Esa imagen tiene su intríngulis si se tiene en cuenta que en Reino Unido, como en cualquier monarquía constitucional, la capacidad política de la Reina es escasísima, salvo representar al Estado y actuar como poder moderador. No hay noticias de que haya fallado en tales tareas. Esto explicaría que las sucesivas crisis no la hayan afectado.
Hay más. En este reinado se han producido cambios sustanciales para una monarquía. La institución, de origen medieval, se basa en valores intangibles, en un aura inaprensible que la sitúa al margen de los avatares cotidianos. Pues bien: ya no le es posible la distancia. No le cabe sustraerse al escrutinio público. Cualquier acción del monarca o de su familia se conoce y valora con cotidianidad. Pierden empaque si muestran que los miembros de la familia real son como los demás ciudadanos. Por el contrario, asegurar que son distintos proporciona una imagen impresentable.
Isabel II ha logrado sobrellevar este paso desde la distancia que históricamente tenía la monarquía a la presencia pública continuada. La ceremonia de su coronación hace 70 años fue el primer acontecimiento televisado de masas, con una audiencia calculada de 300 millones, una cifra que quedará empequeñecida con la que verosímilmente se dará los próximos días con la transmisión de su funeral. Y, en medio, una vida siempre sometida a la exposición mediática, solventada con algunos apuros, pero con elevada calificación final.
Los peores momentos de reinado (en cuanto al prestigio de la institución) fueron los años 90, cuando tres de sus cuatro hijos se divorciaron, lo que les hacía peligrosamente normales. Superar la imagen de una familia desestructurada (con algún hijo bastante raro o cosas peores) fue una de las hazañas que asentaron la realeza. La crisis provocada por Diana de Gales tuvo también su miga; hay consenso en que a la Reina pudo perderle la altanería, pero hay que reconocer que tener una nuera díscola y objeto de canonización popular tuvo que ser un trago para una suegra que reinaba en dieciséis países.
Por aquella época se supo que el príncipe Carlos no solo tenía un lío, sino que en tal trance amoroso se comparaba con un támpax de Camilla dando vueltas en el retrete para «no parar nunca, dando vueltas en el agua sin hundirme nunca». Que una metáfora tan cutre no se llevase por delante al príncipe de Gales hay que ponerlo también en el aval de la Reina.
La duración del reinado ha contribuido a la popularidad de la monarquía, por representar lo estable en época de cambios. Seguramente, también el mantenimiento de la discreción, de una imagen más o menos inmutable y la superación de las sucesivas crisis familiares, además de no meterse en asuntos vidriosos. La Reina reina, pero no gobierna. Es difícil ajustarse a ese principio.
Al morir, Isabel II era la soberana de Reino Unido y otros catorce países (Barbados cambió a república el año pasado), lo que la convertía en figura central de la vida política mundial, aunque no pudiese hacer política. En un punto ha cerrado bien su mandato: poco antes de morir destituyó a Boris Johnson como primer ministro. Fue casualidad, pero habría sido una pena que después de quince primeros ministros, algunos brillantes, terminase sus días con uno impresentable.
Otro récord. Carlos III llega al trono después de 70 años a la espera. Nunca nadie ha sido sucesor durante tanto tiempo. Que Dios le salve de las comparaciones, pues la gente ve mal cuando se va de más a menos.
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