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El último mes del año pasado trajo para nuestra comunidad algunas noticias económicas nada positivas y, al menos en dos casos, francamente preocupantes. Uno de estos casos es el relativo abandono del Corredor Ferroviario Cantábrico (que examiné la pasada semana) y el otro es el ... referido a lo que este diario calificó como 'tormenta perfecta en la industria cántabra'.
Es precisamente este último título el que, cargando también un poco las tintas en los aspectos negativos, justifica, creo yo, el de este artículo. La cuestión, sin embargo, es lo suficientemente grave como para que nos la tomemos en serio y huyamos de todo tipo de exageraciones.
Para empezar, valga recordar lo ya conocido. Cantabria es una región industrial, lo cual es muy bueno, pues la industria es, casi como en cualquier economía, el sector tractor de la misma; en nuestro caso es, además y de lejos, el sector más productivo. El problema de partida proviene de que Cantabria es una región industrial que, básicamente, posee una industria madura, lo cual no es tan bueno; y no lo es porque ello hace que la misma se enfrenta a múltiples competidores que, en muchos casos, son capaces de producir a costes unitarios más reducidos. Así es difícil competir, sobre todo en los mercados exteriores que son, si se me permite la expresión, 'donde se corta el bacalao'. Es por ello que, tal y como se indicaba en El Diario del pasado 15 de diciembre, un buen número de empresas industriales de la región están pasando en la actualidad por un momento crítico, que se traduce en numerosos expedientes de regulación de empleo y, sobre todo, en un futuro un tanto, o muy, problemático.
Ante una situación como la descrita, la respuesta de nuestra clase política ha sido, por desgracia, la de siempre: la oposición ataca al Gobierno por su 'ausencia de política industrial' y el Gobierno responde que todo esto es el resultado de la coyuntura económica mundial. Aunque no comparto el punto de vista de la oposición (pues lo que ocurre en Cantabria sucede también en otras comunidades dónde los que aquí son oposición son gobierno), lo respeto, pues están en su legítimo derecho de criticar las actuaciones gubernamentales. Coincido más con la opinión de los responsables de los partidos políticos en el poder, pues creo que lo que dicen es cierto; tampoco, sin embargo, es que ello ayude mucho a resolver o minimizar el problema.
Si quisiera ponerme pedante, cosa que a veces sucede, diría que el problema de nuestra industria es su falta de resiliencia, o flexibilidad, para encarar una situación en la que, como efecto colateral de las guerras comerciales existentes, el comercio mundial se ha visto muy negativamente afectado, siendo el sector industrial (y sobre todo el de las ramas maduras) el principal damnificado.
¿Se puede luchar contra esto? La respuesta es que sí, aunque no haya ninguna garantía de éxito. A nivel nacional e internacional, propiciando el diálogo y reduciendo la tensión entre bloques comerciales. Pero, como todo esto se escapa de nuestras manos, mejor concentrarnos en lo que podemos hacer por aliviar la situación, haciendo que nuestra industria sea más competitiva y, por lo tanto, más resiliente. En este sentido, en el último Foro Económico de El Diario del año pasado, el economista García-Legaz apuntaba a cuatro actuaciones necesarias: por un lado, a la mejora de las infraestructuras y la logística; por otro, a una reforma del mercado laboral que, sin dañar al trabajador, facilite los ajustes vía precios más que vía cantidades; asimismo, se refería a la aplicación de una reforma energética que, además de propiciar la defensa del medio ambiente, dé lugar a una reducción de los costes de la energía; y, por último, pero no menos importante, a una reforma fiscal que favorezca el desarrollo empresarial y el consumo y ahorro de los ciudadanos.
Mientras que la reforma del mercado de trabajo es una cuestión a proponer y desarrollar por el Gobierno central, en las otras tres el Gobierno de nuestra comunidad tiene algo que decir, sobre todo en lo que atañe a infraestructuras y logística; menos en materia fiscal y bastante menos, creo yo, en política energética. Aparte de esto, un verdadero pacto por la industria entre todos los partidos y una mayor conexión entre demanda y oferta formativa serían, en mi opinión, vitales para mejorar nuestra competitividad industrial y dar nueva (y larga) vida al sector.
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