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Llevamos ocho meses conviviendo con el covid-19, con momentos de dolor, silencios, incertidumbres, sacrificios y, también, de muchas expresiones de generosa solidaridad. La pandemia nos ha castigado a todos y más a quienes en su economía personal y familiar dependen del consumo. La renta ... familiar se ha contraído, muchos pequeños negocios y empresas no han podido resistir y ha crecido el desempleo. Los planes de choque del Gobierno han paliado algunos efectos, pero no podían salvar la situación en su totalidad.
La crisis sanitaria provocada por el covid 19 ha alterado nuestra economía, que se enfrenta a un escenario sin precedentes. Las restricciones a la oferta de algunas actividades y la caída de la demanda por las limitaciones de la movilidad, han conducido a nuestra economía a un recesión de graves consecuencias, con impacto negativo en los necesarios equilibrios presupuestarios y han llevado a nuestra sociedad a una situación de agobio por desconocer qué va a suceder en un futuro a corto y medio plazo.
El impacto económico y social es intenso en nuestro país, porque se han visto afectados sectores con fuerte reflejo en nuestro PIB y en el empleo directo e indirecto, agravándose los desequilibrios estructurales que vienen lastrando a nuestra economía desde hace algunos años.
Las cifras de muertes, contagios y hospitalizaciones nos indican que algo ha fallado en la coordinación para controlar la pandemia y ello nos obliga a adoptar nuevas e incómodas medidas de disciplina social. Si el desafío es extraordinario, las respuestas deben ser igualmente extraordinarias y como tales deben ser asumidas.
Muchas personas, entre las que me encuentro, no entienden que hoy no haya acuerdos entre los grandes partidos sobre las medidas a adoptar y cómo gestionarlas para afrontar los contagios y todos los efectos de la pandemia donde, además de los comportamientos individuales responsables, importa saber cómo se está reforzando en los distintos territorios la atención primaria y la organización de los rastreos. Ante la decisión de plantear un nuevo estado de alarma nacional, lo lógico, más allá de algunas discrepancias no sustanciales, hubiera sido ver el acuerdo del Gobierno, la oposición parlamentaria y los Gobiernos de las Comunidades Autónomas.
No se comprende la falta de acuerdos sobre algunos asuntos esenciales (presupuestos, renovación de órganos constitucionales, dónde invertir los fondos europeos...) que no pueden estar sometidos a las querencias partidistas o a las veleidades de los presidentes de una u otra comunidad autónoma.
Lo triste y trágico es que quizá estamos fallando como país y las próximas generaciones no conservarán los mejores recuerdos de cómo las instituciones gestionaron esta anormalidad en la que nos ha situado un virus. Tengo la impresión de que estamos inmersos en una grave crisis colectiva y aunque, evidentemente los niveles de responsabilidad son distintos, todos tenemos parte de responsabilidad y tenemos que responder de ello. Cumplir con las recomendaciones de las autoridades sanitarias es una responsabilidad individual. En estos temas no vale ponerse de costado y señalar a otros como responsables. Mientras sumamos nuevos fallecidos y enfermos, mientras asistimos a una caída del PIB y del empleo, mientras constatamos los efectos en la sanidad, en la economía y en la sociedad, el panorama que nos ofrecen a la ciudadanía los poderes públicos y las instituciones no es muy alentador.
¿Por qué se plantean como opciones antagónicas la economía y la salud? Sin salud, sin confianza en la sociedad, no creo que salvemos la economía. Con inútiles disputas, con discursos trufados de insultos y descalificaciones y con una sociedad agobiada, no resolveremos los problemas. La sociedad necesita escuchar compromisos, acuerdos y que como país recuperemos crédito y prestigio dentro y fuera de nuestras fronteras.
Con una política recluida en la búsqueda de la aniquilación del adversario, España no ha sabido o no ha querido encontrar un espacio común para luchar contra la pandemia. Algún partido político ha intentado capitalizar en su beneficio la desgracia de los muertos y los contagios, creyendo que así caería el Gobierno, y el Gobierno de España ha intentado, sin conseguirlo plenamente, transmitir una autoridad política que generara confianza entre la población.
Vivimos en un país con una importante descentralización territorial y competencial, pero no por ello podemos aceptar que el ejercicio político de ese nivel autonómico no vaya acompañado de un similar ejercicio de cooperación, lealtad y compromiso. Frente a una pandemia que no entiende colores y fronteras, no son admisibles tantas respuestas diferentes y descoordinadas como territorios autonómicos, que expresan un país dividido y escasamente solidario. La política homicida del secesionismo catalán y la esquizofrenia del Gobierno madrileño, no han contribuido a que las cosas funcionaran mejor. En la situación que vivimos, la oposición hubiera debido optar por colaborar, pero ha escogido la tensión con el objetivo de desgastar al Gobierno y esperar tiempos más propicios para sus intereses partidistas. Los españoles esperábamos mejores hechuras de los personajes del drama.
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