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Seguro que Tolstoi no había leído Fortunata y Jacinta (1886) cuando, con 70 años, escribió Resurrección (1899); lo más probable es que ambos hubieran estado inspirados por Los Miserables (1862) de Víctor Hugo. Hay un paralelismo asombroso entre las tres historias; está claro qué se ... trataba de un tema candente en la segunda mitad del siglo XIX, en un ambiente revolucionario que afectaba a todo Occidente.
En los tres casos el origen de la historia viene motivado por la aventura amorosa de un hijo de la rancia aristocracia, o de la alta burguesía que vino a reemplazarla, con una inocente joven del pueblo. Una historia que hubiera sido intrascendente de ocurrir entre personas de la misma clase -se hubiera resuelto entre ellas-; al tratarse de hijas del pueblo tiene consecuencias trágicas.
A partir de ahí cada una de las tres historias discurre por distintos derroteros para, como veremos, llegar a la misma conclusión final: tanto la aristocracia decadente como la pujante alta burguesía, lideraban una sociedad que se había degradado al extremo de requerir una urgente resurrección. Resurrección social que solo podía venir de ese pueblo donde seguían vigentes las leyes naturales y se habían preservado los valores ancestrales.
También en los tres casos, con mayor claridad en Galdós, se manifiesta un gran escepticismo respecto a la posibilidad de que tal resurrección surta efecto. Hoy sabemos que tal escepticismo estaba plenamente justificado: las rebeliones proletarias, tanto en Francia como en Rusia y en España, terminaron mal y, con el paso del tiempo, el proletariado terminaría adoptando las normas y valores de la burguesía. Como resultado, las sociedades europeas han entrado en decadencia.
Veámoslo con más detalle en el paralelismo entre las novelas de Tolstoi y Galdós, producidas a ambos extremos de Europa: Madrid y San Petersburgo.
Nek-Chludov, el aristócrata que «desgracia» a Katyusha en Resurrección, sufre una gran metamorfosis cuando descubre con horror las impensables consecuencias de una aventura de juventud que había echado al olvido. Tras quedar embarazada, la sirvienta Katyusha había sido echada de la mansión señorial de la familia. El hijo murió de inanición y ella se prostituyó. Ahora ha sido falsamente acusada de robar a un cliente y condenada al exilio en Siberia. Pero la mano de Tolstoi sitúa a Nek entre los miembros del jurado, quien primero reconoce a Katyusha y luego decide rectificar el entuerto. Ello le lleva a comprobar el grado de descomposición de la vida pública, simbolizada en el sistema judicial y el régimen penitenciario. Nek propone a Katyusha casarse con él para librarla del exilio; pero ella, que acepta la ayuda, no puede imaginar una vida a su lado y rechaza el ofrecimiento. Nek regala sus propiedades a los campesinos que las cultivan y decide seguirla a Siberia, mientras remueve Roma con San Petersburgo para conseguir el indulto. La expedición de presos es descrita como el camino al Calvario. Katyusha (María Magdalena) se enamora del líder de los presos políticos y, cuando finalmente llega el indulto, en lugar de regresar a San Petersburgo con Nek decide unir su destino al del preso: si hay resurrección habrá de ser realizada por el pueblo. En el penúltimo capítulo aparece de improviso un alter ego de Tolstoi que execra el sistema político, en clara colusión con el eclesiástico. En el último, Nek lee el sermón de la Montaña y decide que ahí está la clave de la Resurrección.
Fortunata y Jacinta representan dos formas de resurrección. Fortunata es la hija del pueblo, símbolo de su fuerza y sus debilidades; éstas, a su vez, representadas por la atracción fatal que siente por su amante. Jacinta es a la vez el producto más destilado de la alta sociedad bienpensante y la imagen de su esencial esterilidad. El amante de la primera es el marido de la segunda, representante arquetípico de la degeneración de la otrora clase dirigente. Ante la evidencia de que no puede engendrar un hijo propio, Jacinta quiere adoptar el hijo que su marido fecundó en Fortunata; pero el fruto del engaño se malogra antes de que Jacinta logré encontrarlo. Por su parte, Fortunata postula la idea de que ella es la verdadera esposa del delfín -heredero del trono de la alta burguesía- puesto que es la que le ha dado un hijo: ley natural. Dispuesta a demostrarlo, esta vez será ella quien engañe al delfín haciéndose preñar de nuevo por él. El fruto de este segundo embarazo es inequívocamente hijo del delfín, cosa que es reconocida por Jacinta, su suegra y «la Santa» (voz de la conciencia de la élite madrileña). Estas se confabulan para quedarse con el niño; pero Fortunata siente que esa será su victoria; aunque muere desangrada a resultas del parto, antes de morir se asegura de que su hijo será el futuro delfín dándolo en adopción a Jacinta.
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